Cuando se degrada por momentos la moral de los soldados norteamericanos, algunos de los cuales se atreven a evocar el desastre de Vietnam, la muerte de los dos hijos de Sadam Husein, uno de ellos máximo responsable de la Guardia Republicana, ambos notorios asesinos y déspotas, constituye el primer alivio para las fuerzas de ocupación desde el final de la guerra formal, así como un duro revés para la guerrilla. Este nuevo dato confirma el testimonio de un ayudante de Sadam, que afirmó que el dictador y sus hijos habían sobrevivido a la ofensiva bélica e incitaban a la resistencia desde la clandestinidad. Pese a las monstruosidades de su régimen, el mito de Sadam, realzado por el enigma de su paradero como en el caso de Bin Laden, sigue gravitando sobre los desastres actuales de Irak.

Resulta prematuro cualquier cálculo sobre el efecto de estas muertes en el pulso que mantienen los iraquís contra la ocupación. Washington, cada vez más asustado por el goteo de bajas, quiere ahora devolver el tema a la ONU, pero sin ceder las riendas del negocio de la reconstrucción y de la explotación del petróleo. Irak sigue siendo un rompecabezas para la política internacional.