Con su inesperada victoria en las primarias de Nuevo Hampshire, la senadora por Nueva York Hillary Clinton logró contrarrestar el ímpetu casi mágico del senador por Illinois Barack Obama, que según todos los analistas estaba a punto de convertirse en una imparable bola de nieve, y devolvió la normalidad y el interés a la campaña electoral norteamericana, que seguirá muy reñida, alimentada, como nunca ha sido ninguna novedad, por un río de dólares y sin nada decidido en los dos grandes partidos.

En la madrugada del miércoles, Obama volvió a contar con la simpatía de los electores independientes, pero Clinton, tras una exhibición emotiva de su perfil más frágil puntualmente difundida por todas las televisiones, recibió el voto de los inscritos como demócratas, especialmente de las mujeres. En el campo republicano, cuyo proceso electoral se sigue con sordina en comparación al estruendo demócrata, el triunfo del senador John McCain, el más veterano de los contendientes (71 años), confirmó la debilidad del telepredicador Mike Huckabee, el más volátil de los candidatos, y el atractivo decreciente de Mitt Romney, el acaudalado exgobernador que cuenta con los máximos favores de la maquinaria del partido.

Pese a la vitalidad política que se desprende del ardor de los candidatos, tanto en las bambalinas de la campaña más larga y onerosa como en periódicos y cadenas de televisión prevalecen otros asuntos más llanos: la amenaza de crisis económica que se cierne sobre la sociedad opulenta por antonomasia, las ansiedades de la globalización, las incertidumbres que traerá el nuevo ciclo político y la necesidad de unir al país en tiempos borrascosos. También la de cerrar las heridas abiertas por la decepcionante presidencia de George Bush, cuyo último estrambote es una amenaza más o menos difusa a Irán nada más pisar suelo Israel, un país con oídos prestos a este tipo de mensajes. Y de ahí el atractivo de la novedad que ha representado Barack Obama y el mérito de Hillary Clinton por haberla sabido contrarrestar con rapidez. Sobreponiéndose al escollo de su edad, el senador John McCain, un expiloto republicano austero y poco convencional en cuestiones morales y financieras, que ya se enfrentó a la maquinaria del partido en el 2000, protagonizó una milagrosa resurrección luego de haberse quedado sin dinero y despedir a sus estrategas.

Las arcas están exhaustas, según dicen las crónicas, pero el gran circo mediático-electoral, que ha fallado estrepitosamente en sus pronósticos, prosigue bajo el signo del cambio que comparten casi todos los candidatos, a la espera de que el llamado supermartes (5 de febrero), con primarias en más de 20 estados (incluidos Nueva York y California), provoque diferencias significativas y probablemente algunos desistimientos. El proceso se complica, y en el campo demócrata, a cuyo favor sopla el viento de la mudanza, el dilema se plantea entre la experiencia con luces y sombras de la senadora Clinton y el cambio nebuloso que acompaña al inexperto Obama.