En esta especie de sentimientos encarnizados por algunos, en los que nuestro país se ha visto envuelto y parece continuar, si obviamos todo lo referido a intereses o mediatizaciones lobista, hay algo que subyace y tiene que ver con los sentimientos, lo más enigmático, y a veces radicalizado de nuestro ser. Cuando se ha tratado y se trata de confrontar banderas, himnos y lugares, a pesar de estar prescritos en nuestra Constitución, conviviendo, al menos, en una aparente normalidad. Una se pregunta si, efectivamente, además de la oficialidad de una bandera, un himno y una capital, podrían emanarse símbolos comunes de identificación. Y quizás, sí, sin duda alguna, todo aquello que tiene que ver con valores y conquistas de la Humanidad, relacionado con el ser y el deber ser de protección de los Derechos Humanos, con el concierto inestimable de la legalidad. De hecho, si a esos símbolos les quitamos la denostada y poca oportuna carga política, se genera en torno a ellos un gran consenso. Y esto se observa bien en el mundo del deporte, en el que la globalidad nos hace sentirnos siempre parte de una comunidad internacional, aunque identitaria cuando se produce el momento de la gloria, bajo los símbolos de la bandera y el himno.

Pues bien, en ese símbolo que es el himno, al que le falta siempre la letra en el caso de España, que disimuladamente se tatarea; recuerdo una vez, fuera de España, en una competición internacional el empeño de los organizadores en buscar en internet nuestra letra, cuando ya en un momento avanzado de la puesta en escena les hago saber que nuestro himno se quedó desnudo de letra y se conformó con el aporte musical. Aquello extrañó, y más, cuando en ese evento se competían con otros dos himnos, muy letrados, caso del brasileño y el italiano.

En un mero repaso de dichas composiciones patrias, hemos de reconocer que la mayoría tienen su fuerza en la épica de un acontecimiento histórico; y, en algunos casos, en sentimientos de orgullo, frente a otros países. La verdad, que en nuestro caso, no sería fácil ponerse ahora a discutir sobre si convendría poner la letra a nuestro himno, o lo que sería más conveniente hacer un himno nuevo. Desde luego oportuno ahora no sería, divertido, quizás, por lo que de esperpento estamos observando en estos días. Lo que sí hay que reconocer que para nuestros deportistas siempre es recurrente el observar cómo ese himno, se eterniza en el mástil, intentando advertir una letra. En ocasiones, me recuerdan a las bandas sonoras de películas, cuando acompañan a los títulos de créditos, invitando a continuar en silencio en el final de la proyección en el patio de butacas.

Ya hubo alguna iniciativa, que se frustró, liderada desde el Comité Olímpico Español, entendiendo que aquello de representar a tu país, y que como colofón en el triunfo te homenajeen con tu himno resulta de los más común, porque lo de tararear a esta alturas tiene que ver más con una fracaso, que con una victoria.

Se me ocurren canciones, bellas canciones hechas por grandes intérpretes que desgranan lo que este país ha hecho y sigue haciendo, desde esa canción de autor o de autora -magníficas que las hay en nuestro país--, y que tanta quietud, en ocasiones, producen a los que tantas y tantas veces las rememoramos y escuchamos. Podría ser una idea. O aventurarnos a describir territorios y sensibilidades hasta encontrar con el acorde que no desentone, y con la expresión que vele por el consenso de todos. Que describieran sentimientos comunes, --que los hay--, en relación a valores tan universales como los que inspira la Humanidad, vinculados a conceptos tales como la igualdad, la justicia, la solidaridad, etc. Términos todos ellos que debieran representar causas por las que unirse, y no enfrentarse. Porque lo que sí ya cambió es aquella marcha, que tiene más que ver con resortes del pasado, que con tiempos nuevos.