TEtl señor Quintana , vicepresidente de la Xunta, va a llevar a cabo grandes esfuerzos para que los niños gallegos se aprendan de memoria el Himno a Galicia. No le será difícil, porque a los niños les gustan los himnos. Durante la niñez, los chicos de mi escuela, antes de entrar en clase, cantábamos el Cara el sol , con mucho entusiasmo, lo que no hizo de nosotros unos falangistas de provecho. Lo he contado en Prietas las filas --perdón por la grosería de autocitarme-- con la condescendencia que producen los años y la distancia.

A los niños les gustan más los himnos que el teorema de Pitágoras , aunque luego les resulte de mayor provecho el conocimiento de la geometría que la memorización de la letra de un himno. Al fin y al cabo, todos los himnos tratan de lo mismo: nuestras mujeres son las más virtuosas, nuestros hombres los más valientes y nuestros melocotones los más sabrosos. Como en Galicia no abundan los melocotones, y sería demasiado prosaico exaltar la centolla, se echa mano de la costa verdescente, porque la lírica le alivia de ese prontuario de excelencias locales o nacionales, que parece una oferta de venta al por mayor.

Dentro de unos años, cuando el niño gallego se haya convertido en el médico, que pasó por la Facultad de Santiago, comprobará que la vesícula biliar de un rumano es muy parecida a la de un gallego, y que desnudos, por muchos himnos que hayamos aprendido, todos somos iguales. Eso no quiere decir que se haya olvidado del himno. El himno no se olvida. Lo que se suele olvidar con los años es la idolatría, mientras se adquieren más dosis de tolerancia y ponderación. Eso es lo normal. Lo anormal es que, cumplida la mayoría de edad, los viajes y las lecturas no hayan restado un ápice del fanatismo excluyente que llevan implícitos los himnos, cualquier himno, a no ser que la idolatría sea un componente pragmático para cobrar una nómina. www.luisdelval.com