Decía Jorge Luis Borges que escribir una novela era un «desvarío laborioso y empobrecedor» que consistía en «explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos». Y ciertamente, mientras que en toda novela hay páginas que sobran, en el cuento logrado, como en el poema, cada página, incluso cada frase, es esencial. A la memoria del otro genio argentino del cuento, Julio Cortázar, iba dedicado El aburrimiento, Lester (1996), uno de los primeros libros de Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961), sin duda uno de los mejores escritores españoles de relatos, y que el próximo jueves 7 de marzo, a las 19.15 h, en el cacereño Palacio de la Isla, cerrará la temporada literaria del Aula Valverde.

El nombre griego de Hipólito quiere decir «el que desata los caballos». Cervantes habló de «escritura desatada» para referirse a la novela. Los relatos del escritor onubense están perfectamente atados, sin dejar cabos sueltos, y solo en el último párrafo, muchas veces, completamos el puzle. A cambio, los caballos azules de la fantasía galopan libres por un inconfundible mundo propio, que nos hace asistir, con perfecta naturalidad, a cómo un contable se sumerge, en cuanto vuelve del trabajo, en una bañera con tortugas, mariscos, lombrices y hasta un pez volador; a cómo en el interior de un inmenso bargueño, mueble con innumerables cajones cerrados, se incuba una presencia ominosa; o a la metamorfosis de un melómano que empieza a comerse sus discos y acaba convertido en equipo de música. Narrados casi siempre en primera persona, los relatos nos introducen de golpe y porrazo en las ensoñaciones de sus protagonistas: el electricista que fantasea con la mujer del chalet en el que trabaja, y que le acaba birlando el jardinero; el padre de familia que decide, ante la tarta de cumpleaños, que no cumple 45, sino 27, y obra en consecuencia. O los habitantes de un pueblo, hartos de ejercer de lugareños típicos, lavando la ropa en el lavadero y poniéndose la boina cada vez que vienen unos turistas.

Este peculiar orbe narrativo, hipolitopía donde ocurren cosas insólitas, está siempre lleno de humor y una fantasía poco común en la tradición literaria española, tan proclive al realismo. De hecho, sus referentes están fuera de la misma: Monterroso, Mrozek, Kafka o Calvino. A Navarro le gusta tomarnos el pelo a los lectores, con la técnica del engaño-desengaño, descubriéndonos al final que quién habla o el culpable no es quien creíamos, como en «La cabeza nevada», o en «El albornoz marfil».

Lo que más asombra, con todo, es cómo un tan personal estilo puede contener en sí tantos estilos y es que, como dijera Ricardo Senabre, «el cuento es, en manos de Hipólito G. Navarro, un campo de continua experimentación, lleno de tentativas diversas, muchas veces sorprendentes, y un ejemplo contundente de que lo artísticamente decisivo no es lo que se cuenta, sino el modo de contarlo».

Después del éxito de Los últimos percances (2005), el autor estuvo, como él dice, «doce años en barbecho», para regresar con La vuelta al día (otro homenaje a Cortázar y su Vuelta al día en ochenta mundos), cuyos veintiún relatos no pueden ser más dispares en temas y formas (desde el microrrelato al cuento que casi llega a novela corta) y es que, tratándose de la hipolitopía, en la variedad está el gusto.