XExl Descubrimiento de América, como el hallazgo de la vida, lleva el sello del asombro y la identidad de cada cual en su universo, donde siempre es posible reencontrarse con la voz del silencio y el abecedario de un corazón que habla.

La humanidad, más enraizada que nunca a las distintas razas, escribe su singular poema con los labios del sentimiento. Nadie borre los esquejes de la pasión en el jardín del mundo. Para ser hay que ser con los otros y los otros con el ser. Sólo así seremos un tallo esplendoroso de versos y una raíz fecunda, capaz de acrecentar la poesía diferencial que cada cual llevamos consigo. Las níveas esencias de los abrazos, cuando se donan de alma a alma, florecen y despejan los cielos. En los horizontes abiertos, donde no existen estaciones fronterizas, rayas que separan ni frentes en conflicto, el aire es un continuo aleteo de besos que reaviva esperanzas y aviva a vivir.

El doce de octubre es el día del encuentro sincero entre todos los hispanos del mundo. Con más latidos que palabras, el poeta nicaragüense, Rubén Darío, hijo de la nueva España, resume todo lo que significó el momento: "...Mientras el mundo aliente un sueño, / mientras haya una viva pasión, / un noble empeño, / una imposible hazaña, / una América oculta que hallar, / vivirá España". (Del canto: Al rey Oscar ).

El tiempo no puede suprimir ni hacer olvidar gratitudes vertidas, ni gratuidades donadas, que hicieron brotar vínculos de hermanamiento. La festividad será tanto más saludable cuanto más nos escuchemos en mutua y recíproca confraternidad. Siempre será bueno estar todos con la madre patria, y todas las patrias con la madre, poblando y repoblando historias que nos unen y convivencias que nos ensamblan.

Bienvenidas, pues, todas las ofrendas de luz y vida en el doce de octubre, en el que todo sabe a concordia y paz, y donde la España descubridora y conquistadora --según reza en un decreto-- volcó sobre el continente enigmático el magnífico valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, la labor de sus menestrales, y derramó sus virtudes sobre la inmensa heredad que integra la nación americana.

En todo caso, la fecha puede servirnos en estos momentos, cuando el mundo es más chico que nunca, para comprender que esta tierra es de todos y que la construimos juntos, todas las razas y linajes, las diversas castas de hispanos con sus culturas de aquí y de allá. Nadie sobra.

En suma, la celebración de un gozoso doce de octubre, debe encaminarnos a una mayor comprensión hacia las migraciones, desde un espíritu de entendimiento, con vista a esa fraternidad de la familia humana tan necesaria para convivir y vivir en armonía. En lugar de mantener la confusión de lenguas y el desprecio hacia algunas razas, celebraciones así han de ayudarnos, en definitiva, a descubrir, como los descubridores de antaño, esa innata voz común, inteligible para todos, y que no es otra que el lenguaje del amor. Hay que reconocerse en ese silabario de ternuras y enternecerse, hacerse más de la fiesta del hermano, al que tantas veces dejamos dormir en los soportales, a la intemperie, como si fuese una piedra en vez de un ser humano, que ya es decir.

*Escritor