Mi amiga Mari Sobrino Carballido tiene 78 años y su vida ha sido muy dura. Dura hasta el final. Se marchó a Francia con su marido, triste por tener que alejarse de su tierra. Consiguieron volver en los años 70 y él murió pocos años después camino del trabajo. Nadie reconoció que su muerte había sido in itinere, así que a ella le quedó una pensión de 16.000 pesetas y dos niños adolescentes. Para ganarse la vida tuvo que trabajar limpiando casas. Nadie la aseguró, y ahora pasa con una pensión de 552 euros más una ayuda de 130 que recibe de Francia desde los 60 años. Hace dos años vendió su casa. Pagó más de 4.000 euros a Hacienda y la plusvalía. Ahora, Hacienda le reclama 4.000 euros más por esa venta. Mari no tiene casa propia, vive en una casa propiedad de su hijo. Hacienda le quitará casi 100 euros de su pensión hasta que pague la deuda. Mari tiene mucho dolor en el brazo derecho. Han tardado más de seis meses en hacerle una resonancia. Tiene los tendones rotos. La resonancia se la hicieron en septiembre y la primera visita al traumatólogo será a mediados de marzo. Mari es como muchas mujeres viudas de este país a las que los gobiernos han dejado de la mano de Dios. Ha trabajado toda su vida y ahora se encuentra con una pensión de 552 euros (que me digan cómo se puede sobrevivir con eso) y la imposibilidad casi de cocinar, lavarse, hacer las tareas de casa. Son personas como ella las que están pagando los recortes que nos han infligido desde el 2008. Espero que los encargados de todo esto duerman tranquilos. Los ciudadanos, y aún menos las ciudadanas, no cuentan para nadie.