Mario Vargas Llosa glosaba ayer en El País el duelo entre dos grandes pensadores: "Karl Popper y Ludwig Wittgenstein se encontraron cara a cara una sola vez en la vida (...) y la esgrima verbal y casi física que sostuvieron fue tan intensa que ha alcanzado proporciones míticas". Sometidos al arbitraje de Bertrand Russell, debían debatir un enunciado en el que discrepaban: ¿Hay problemas filosóficos? Según la versión comunmente aceptada, al poco de haber tomado la palabra Popper, Wittgenstein lo interrumpió a gritos, cogiendo un atizador de la chimenea.

Aunque Russell gritó: "Wittgenstein, suelte usted inmediatamente este atizador", éste lo blandió para apelar a Popper: "A ver, deme usted un ejemplo de regla moral". Popper replicó: "No se debe amenazar con un atizador a los conferenciantes". Según el relato de Vargas Llosa, algunos testigos niegan que esto sucediera; otros no oyeron a Russell; otros aseguran que a Popper se le ocurrió la réplica cuando Wittgenstein ya había dado un portazo. "Si un hecho ocurrido hace tan poco tiempo (...) puede escurrirse de ese modo entre las mallas de la investigación objetiva (...) qué no sucederá con (...) los hechos más pretéritos", reflexiona Vargas Llosa. Y concluye que "la historia es una ciencia cargada de imaginación".

Lo demuestra Eduardo Font en El Mundo con la historia de un pelotón de legionarios enrolado en la División Azul. 27 de diciembre de 1941: mil prisioneros rusos, ningún superviviente y una colección de dedos cortados. "Son cosas de la guerra", dicen en la Hermandad de la División Azul.