Hace millones de años, los simios se enfrentaron a un reto crucial para su supervivencia. Como consecuencia del cambio climático que estaba produciéndose, la masa arbórea había descendido en buena parte del planeta, por lo que fue necesario bajar al suelo y enfrentarse a un mundo radicalmente desconocido. Más acostumbrados a las ramas que al pasto, algunos simios hubieron de adoptar la postura erguida para evitar el ataque de los sorpresivos depredadores, mientras sus manos se convertían en sofisticadas herramientas que recogían con presteza el grano diseminado por el suelo. Como consecuencia de todo ello su hocico se acortó. Para adaptarse a un entorno que de pronto se había vuelto hostil, los simios mutaron, y fruto de aquella mutación nació una nueva especie: los homínidos.

Recojamos de esta breve historia cuatro principios: uno, que toda especie tiene como objetivo básico la supervivencia; dos, que a veces la supervivencia pasa por la adaptación de un entorno hostil; tres, que para adaptarse a las difíciles circunstancias que nos rodean hay que integrar los desafíos existentes; y cuatro, que en ese proceso de adaptación/integración de lo que se nos opone suelen producirse mutaciones, cambios, que pueden dar lugar a saltos cualitativos en la evolución de la especie. Resumiendo: supervivencia, adaptación, integración y mutación son cuatro conceptos básicos para entender cualquier proceso histórico.

Ahora que cumple treinta años de vida, nuestra democracia se ha revelado como un sistema político bien adaptado a su entorno internacional y con una salud aceptable tanto dentro como fuera de sus fronteras. Pese a que a lo largo de nuestra convulsa historia contemporánea la democracia fue una "rara avis" muchas veces abortada violentamente, hoy podemos decir que ni el golpismo ni el terrorismo han logrado tumbarla. La primera amenaza quedó conjurada tras el fracaso del 23-F, la segunda, sin embargo, constituye nuestra principal asignatura pendiente.

Exceptuando el vergonzoso desvarío de los GAL, las coordenadas de los gobiernos democráticos contra ETA siempre estuvieron claras: la integración del nacionalismo abertzale en las instituciones democráticas es posible siempre que éste tenga el coraje de condenar sin ambages el uso de la violencia para conseguir objetivos políticos. Pero el entorno etarra no está dispuesto a recoger este guante porque eso significaría renunciar a su propia identidad, pues su ADN político-ideológico no es tanto la autodeterminación y la independencia, cuanto la lucha violenta para conseguirlas. En el uso de la fuerza descansa la identidad de ETA y sus aledaños, por eso Otegi no ha accedido a capitanear la versión vasca de ERC que Zapatero hubiese querido para Euskadi.

Pero si Otegi no ha sido capaz de mutar para sobrevivir, Zapatero intenta sobrevivir mutando, pues ya hemos visto que la integración de cualquier enemigo -o lo que es lo mismo, el dominio sobre un entorno hostil- genera procesos de transformación interna de resultado incierto. No puede negársele a nuestro presidente su buena fe, así como su sincero interés por terminar con un problema endémico de nuestra reciente historia. Pero al mismo tiempo que es necesario reconocerle la valentía de su proyecto, resulta crucial recordarle que, dada la magnitud de la empresa y las serias repercusiones que su iniciación acarrearía, resultaba ineludible contar con el apoyo de la oposición, por muy caro que ésta pudiera venderlo en medio de esta convulsa legislatura. En un asunto tan serio, conviene recordar que nunca una negociación con los enemigos debería utilizarse para desactivar, aislar o desacreditar al adversario, y eso vale para todas las fuerzas políticas democráticas, sobre todo para la inquilina de la Moncloa.

Ahora que el huracán terrorista vuelve a amenazarnos con nubarrones de sangre, resulta necesario regresar a la senda de la firmeza y unidad democráticas que tan buen resultado había dado durante los últimos años, sin renunciar por ello, a la eliminación del terrorismo a través de un fructífero diálogo que sólo podrá iniciarse cuando el eco de las palabras silencie, sin ambigüedades el estruendo de las pistolas.

Las especies, y también los sistemas políticos, luchan por sobrevivir. En esa pugna, la asunción de riesgos nunca asegura el éxito, si bien dibuja el camino más idóneo para transitar por la novedad. Gestionar las transformaciones, asumir los retos, adaptarse a lo emergente, acercarse al adversario para desactivar al enemigo, mutar con el fin de mejorar, son las cinco puntas de nuestra estrella de los vientos. Obnubilarse en exceso con el futuro que aún no existe es tan peligroso como quedar varados en el ayer que ya pasó, por eso lo más difícil, desafiante, y constructivo para cualquier gobernante es aceptar la tozuda continuidad del cambio que Pedro Salinas veía en la Historia: fatalmente te mudas sin dejar de ser tú, en tu eterna mudanza, con la fidelidad constante del cambiar .

*Profesor de Historia Contemporáneade la Universidad de Extremadura