TNti las máscaras de Halloween, ni el truco o trato o los esqueletos de algodón de azúcar, ni el Monte de las ánimas de Bécquer , ni Don Juan Tenorio redivivo que se apareciera pueden superar las verdaderas historias de terror que estamos viviendo. Miedo, lo que se dice miedo, dan las escuchas telefónicas a los dirigentes, o la grabación de llamadas a personas anónimas, o que Obama , premio Nobel de la paz, por si no lo recuerdan, defienda esta práctica por el bien del mundo.

Y pena, mucha pena, dan los pobres espías condenados a filtrar conversaciones, al menos las de España. Puede que en Alemania o Francia capten conversaciones más jugosas, mucho más cercanas a lo que se espera de una película de intriga; pero aquí, pobres, escucharán temas tan importantes como que la religión puede convertirse en materia obligatoria en bachillerato (qué cruz con contentar a los obispos), o como que nos hemos acostumbrado a un nivel de limpieza tan alto (Ana Botella dixit) que es casi mejor bajarlo, no vaya a ser que muramos por exceso de higiene.

Por cada español la NSA interceptó 1,3 llamadas entre diciembre de 2012 y enero de 2013, y eso que España no era una prioridad. Si llega a serlo no sé qué hubiera sido de nosotros. Nos hemos creído que estábamos a salvo gracias a la tecnología y hemos acabado viviendo bajo el ojo vigilante del Gran Hermano.

Aquí lo que está haciendo falta es un viceministerio de la suprema felicidad social, como en Venezuela, y ya tenemos el estado orwelliano al completo. Cómo vamos a tener miedo a los difuntos en su noche, si son los vivos los que nos comerán crudo el corazón el resto del año.