Se veía venir. El Badajoz toca fondo. Y al mismo tiempo, toca la fibra de miles de extremeños que durante años han visto en este club algo más que el equipo de una ciudad. Por encima de identidades localistas, el Badajoz es historia, es la imagen en la que se identificó gran parte de una tierra en aquellos años en los que Extremadura apenas existía en la élite del deporte nacional, en la que futbolísticamente se conocía por los goles que radiaban desde el viejo Vivero. Los mismos colores que se quedaron a las puertas de la Liga de las Estrellas deberán ahora, en la mejor de las situaciones, acostumbrarse a vivir en la liga de los modestos, lejos del glamour de las sociedades anónimas que ha sido la puntilla de muerte de este histórico del fútbol extremeño.

El impago de la deuda contraída con sus jugadores solo ha sido el detonante final a unos años de incertidumbre, de cambios de mano, de renovadas ilusiones y de gradas vacías, a las que fueron contribuyendo numerosos aficionados que dejaron de ver tras esos colores la imagen de una ciudad. Cuando el fútbol se convierte en empresa tiene sus riesgos, sobre todo cuando se recurre a la historia y a la identidad perdida para salvar la cuenta de resultados.

Pero Badajoz aún respira. La plaza en la 2 B del conjunto albinegro aún puede quedarse en la ciudad. Si el equipo no desaparece, el Cerro podría ocuparía su lugar en la categoría. Un gesto que responde a una lógica deportiva y a un mínimo respeto a la historia que, ahora más que nunca, obliga a trabajar por salvar cien años del fútbol extremeño.