Apagar la antorcha olímpica se ha convertido en uno de los principales entretenimientos en los que gente de medio mundo invierte parte de su tiempo de ocio. Ya no se hacen crucigramas o sudokus, ahora se intenta apagar ese cerillo que portan elegidos y voluntarios, siempre escoltados por un imponente efectivo policial.

Esa bengala de diseño que quiere ser símbolo del espíritu olímpico y no puede, por dirigirse al destino al que se dirige, se va a encontrar en su singladura con cientos de personas que se acerquen con el único objetivo de conseguir que deje de arder. Para ello no se va a escatimar en medios y recursos. Vamos a ver extintores, cubas de agua,-Todo va a ser poco. Hasta a escupitajos se la va a intentar apagar.

Son muchos los obstáculos que va a tener que sortear. Muchos que en realidad son pocos si los comparamos con los que tiene que superar la libertad para abrirse paso en China.

Estos Juegos van a ser una demostración de grandeza del gigante asiático. Veremos espectaculares coreografías en las que sujetos perfectamente uniformados danzarán reproduciendo idénticos movimientos de forma simultánea. Veremos estupendos estadios e instalaciones deportivas, y una impecable organización. Todo ello no será más que una ilusión, un embuste óptico, un holograma que el totalitario régimen comunista proyecte para camuflar la realidad. Una realidad en la que el disidente es perseguido; los derechos humanos, violados; y cualquier mínimo atisbo de libertad, extinguido. Una realidad que dista bastante de los valores que aspira a encarnar eso que llamamos espíritu olímpico.

Antonio Galván González **

Calzadilla de los Barros