Puestos a elucubrar sobre las fases de una crisis y sobre el camino más corto para salir de ella, podríamos afirmar que aquel ilustre y admirado orador romano que afirmó aquello de: "Si vis pacem para bellum" --Si deseas la paz, prepárate para la guerra--, debió ser un consumado economista que ha dado lecciones, incluso a los políticos actuales.

Los cronistas latinos dicen que fue una tal Marco Tulio , a quien sus colegas y contrincantes llamaron después Cicerón --quizá por una verruga que tenía en la nariz--; y con este apodo pasó a protagonizar páginas muy sonadas de la Urbe romana, en la que se distinguió por sus intrigas, controversias políticas, como Senador de la República, y enemistad hacia los poderosos triunviros del momento, que acabarían por mandarle descabezar, como represalia y escarmiento.

Cuando Cicerón sentenció que para conservar la paz era necesario hacer grandes inversiones en instrumentos y armas de guerra, se estaba refiriendo --como muy bien saben las grandes potencias actuales-- no solamente a mantener una "paz armada", sino a la paz social, a la tranquilidad política y a la convivencia, dentro y fuera de las fronteras del Estado.

Desde entonces, todo está previsto. Las inversiones masivas para una futura y previsible guerra, crean puestos de trabajo en innumerables ramas industriales; estimulan la investigación sobre nuevos explosivos, para hacerlos más afectivos a la hora de matar al "enemigo"; crean nuevas formas de delito contra la patria, lo que permite encarcelar a los disidentes, someterlos a tortura o abolir en ellos los "derechos humanos".

Producir armas, además, exige también producir enemigos. Hay que alimentar tensiones internacionales, alianzas con Estados clientes, guerras paralelas colaterales u otros efectos de intranquilidad y propaganda que afiancen y amplíen la capacidad de fabricación armamentística y sus cuantiosos beneficios.

XLA AGUDEZAx de Cicerón ha enseñado a todas las grandes potencias bélicas --Roma fue quizá la primera-- que el preparar la guerra, además de conllevar paz, también conduce a la "postguerra". ¡La paz no puede, ni debe, ser eterna! Y las "postguerras", como demuestra la Historia, son los períodos más expansivos y desarrollistas de la economía mundial: cuando los sectores industriales y financieros acumulan mayores beneficios; cuando los bancos conceden más créditos y a mayores intereses; cuando se reconstruyen mayores cantidades de viviendas, hospitales, centros educativos, monumentos, puentes y carreteras destruidas por la contienda.

En fin, las postguerras han sido siempre los años de vacas gordas, cebadas con la sangre y las ruinas de los combatientes desaparecidos, de las ciudades bombardeadas y de los ciudadanos sometidos al horror de la guerra. Los ejemplos que nos da la Historia a lo largo de los siglos son innumerables; desde la propia Roma, provocando y enzarzando guerras contra todos los pueblos que tenían fronteras con su Imperio, hasta los reinos medievales, organizando Cruzadas a Tierra Santa, o las más recientes conquistas modernas en los cinco continentes; desencadenadas todas, en última instancia, por oscuros motivos y ambiciones económicas. Bien de los estados participantes para poseer nuevos recursos, o por la Santa Madre Iglesia, que veía en estas campañas y conflictos contra los pueblos musulmanes, paganos o salvajes, excelentes motivos para recaudar "oblatas", "derechos de Cruzada", "indulgencias", etc. además de incautar los bienes y propiedades de aquellos que murieran en servicio de Dios. Por eso las "Bulas" fueron siempre tan solicitadas y recaudadas hasta bien entrado el siglo XVI; y una de ellas: la "Bula de San Pedro" dio lugar a la Reforma Protestante de Lutero .

Pero, sin duda, ha sido la Edad Contemporánea la época histórica en la que la especie humana ha cometido más tropelías y desmanes contra sus propios semejantes. Los pueblos más poderosos han perseguido y asesinado en masa a los sometidos. Se han arrasado naciones y ciudades con especial saña y crueldad --fabricando cada vez armas más caras y mortíferas-- para lo cual no se ha dudado en tergiversar y destruir los conceptos de moralidad y patriotismo. Pero, eso sí, consiguiendo postguerras y guerras frías enormemente prósperas y con enormes rendimientos.