XTxengo un amigo al que le ha hablado la Virgen; otro que ha visto un ovni y otro que ha bebido de la misma copa que un rey. A mí jamás me pasó nada. Lo más extraordinario que me ha sucedido fue cuando el día de mi primera comunión se me cagó encima una paloma y creí que era el Espíritu Santo tratando de decirme algo. Ese es mi pobre bagaje esotérico. En realidad, ya había empezado a pensar que entregaría el alma en blanco cuando llega Zapatero y me devuelve las esperanzas en los milagros. Porque lo que ha hecho este hombre es lo más parecido a un milagro que uno pueda desear. En veinticuatro horas ha puesto las cosas en su sitio. Ya había quien cantaba: "Irak, de entrada no; de salida, ya veremos". Pues bien, resulta que la salida va ser inmediata. Carisma no sé si tendrá, ni falta que nos hace, pero lo menos que podemos decir de este hombre es que es un hombre de palabra. Opiniones más técnicas y redichas dirán acaso que la salida de nuestras tropas pueda tomarse como victoria del ejército de Bin Laden o como muestra de debilidad. Pero también hay otros muchos que consideramos que esa guerra no nos incumbía en absoluto.

En las calles, el pueblo manifestó su parecer de forma pacífica, pero contundente. Fue la voluntad de una minoría la que nos metió en el conflicto y ahora es la voluntad de toda una nación la que nos hace regresar. En ese sentido es en el que puede tomarse esta decisión como un triunfo de la democracia. Si nos equivocamos, nos equivocamos todos. Y no seré yo quien diga que tomar la senda de la paz pueda ser considerado un error. Sólo el tiempo dirá hasta qué punto es atinada esta decisión; pero entiendo que Zapatero ha hecho lo que debía hacer: cumplir a rajatabla con lo que prometió a sus votantes. De no ser así, el voto se convierte en papel mojado y más valdría entonces hacerle caso a Saramago y llenar las urnas de papeletas en blanco. Este es el milagro de Zapatero, devolver la fe respecto de la efectividad del voto. Algo que parecía más difícil que la resurrección de Lázaro. Después de todo, a Lázaro lo resucitó un dios, y eso carece casi de mérito, puesto que para los dioses no hay nada imposible. Pero esto de Zapatero es grandioso porque es el esfuerzo de un hombre. Hasta ahora, como en el endecasílabo de Antonio Colinas, en las alturas "faltaban la bondad y amor humanos". Esperemos que Zapatero siga siendo un simple hombre y no se nos aznarice ni se nos felipice, ni se nos monarquice. Que siga escuchando los consejos que le sopla al oído el fantasma de su abuelo republicano. Que siga siendo sólo un hombre, y además un hombre de la generación del sesenta, lo cual nos llena a muchos de un doble orgullo. A su lado ha puesto varios ministros nacidos en esa misma década. Ojalá que el haber untado en los recreos tantos bocadillos con tulicrén y canciones de Dylan y Pablo Guerrero reporte buenos frutos.

Lo que es menester es que sigamos por mucho tiempo sin sabernos los nombres de esos nuevos ministros. Porque los buenos políticos han de ser como los buenos taberneros, están ahí para hacer su función sin hacerse notar. La civilización está cerrada cuando pasamos del hombre de las cavernas al hombre de las tabernas. Un buen tabernero no descuida tu copa ni tu plato, y si no tiene nada mejor que hacer pasa un paño sobre el mostrador. Pero tú ni te enteras. Sólo echamos cuenta de que falta cuando el dueño decide ahorrarse el sueldo de un profesional y nos pone en su lugar a un tipo dicharachero, ocurrente y con opinión propia. Ultimamente hemos tenido en política muchos camareros de esta índole. Ya se echaba en falta que el dueño del local recobrara el sentido común y pusiera al frente del negocio camareros recatados, de ésos que saben que el cliente siempre tiene la razón, como Dios manda. Aunque el cliente sea un capullo.

*Escritor