Periodista

El año pasado me regalaron, por primera vez, una cesta de Navidad. La abrí con la natural curiosidad y fruncí el ceño: estaba llena de unos turrones de Castuera llamados Rey. Miserablemente embobado por la publicidad y torpemente absorbido por el papanatismo, desprecié a primera vista aquellos turrones extremeños y los almacené en la despensa.

Pasaron los días y una tarde tonta de Navidad, tras el café con leche, me dio por probar aquellas tabletas ninguneadas por próximas, por regionales y por estulticia. Y me quedé de una pieza. Era un turrón buenísimo. La almendra era superior, la textura suavísima, la dulzura, correcta, nada empalagosa. Sorprendido, conseguí sacar de mis adentros los restos maltrechos de mi sentido común y me vi convertido en un personaje de mis opiniones críticas: en ese extremeño que rechaza lo suyo porque lo ve poco sofisticado y que compra lo que le dictan la publicidad, los cronistas a sueldo de lo gastronómico y los tópicos que orientan al consumidor bobo y sin criterio. Es decir, repasé mis últimas compras en el súper, el híper y la tienda de delicatessen para pijos y esnob y me vi comprando espárragos, pero que sean de Navarra, por favor... Vino tinto, pero un Ribera del Duero cuando menos de crianza, que es un caldo que cada vez sale mejor... Jamón de Jabugo o de Guijuelo, que lo anuncian en los partidos de fútbol y en las revistas selectas... Nueces, sin dudar, de California...

Tras el episodio de la cesta y con la ayuda inestimable de mi cuerda esposa, he empezado a descubrir que lo mejor está aquí, al lado, y que, además de estar muy rico, es más barato. No se trata, en fin, de hacer patrioterismo barato, pero si mantienen ustedes una pizca de cordura, aunque sean varones, convendrán conmigo que los productos extremeños son de una calidad sorprendente y sólo les falta promoción, distribución e imagen para convertirse en las estrellas superguachis de la muerte de las boutiques del gourmet.

Cuando me pongo concesivo y escribo "aunque sean varones" ya saben a qué me refiero. Sí, a que los hombres, cuando entramos en el híper, el súper, la enoteca o la doméstica multitienda de la esquina, nos ponemos como tontos y estupendos y mientras ella compra el detergente, el aceite y el queso en lonchas, nosotros cargamos con este Camembert recién llegado de Normandía, aquel Beaujolais que nos ha recomendado Borja en el club y este arroz bomba de Calasparra a tres euros el cuarto que absorbe los perfumes de la paella de manera singular.

Hagan como yo, dejen la sofisticación en casa y déjense llevar por sus esposas, que armadas de sentido y experiencia les harán descubrir el sabor inigualable de los espárragos Jarcha y Guadiala, la calidad de los arroces de aquí, la exquisitez de las nueces del bajo Guadiana, el aroma y el gusto de nuestros embutidos de toda la vida, las delicias de los vinos extremeños, cada vez más ricos y competitivos, y los turrones de Castuera, que no salen mucho en la tele, pero les juro que me dejaron alelado de placer y de sorpresa aquella tarde tonta de hace un año a la hora del café.