TSti hay una película que ilustra el concepto peyorativo que tenemos del cine yanki, esa película es Air Force One, emitida el pasado sábado en televisión por enésima vez. Harrison Ford , un presidente de Estados Unidos en apuros (ha de vérselas con un grupo de terroristas que secuestra el avión en el que viaja con su familia), encarna en una sola persona numerosos roles. Es caballeroso, buen padre de familia, abnegado y valiente. En definitiva: el habitual héroe yanki. Y todo ello aderezado con los recursos de un Indiana Jones en plena forma.

Pero si es cierto que existe un cine yanki, no es menos cierto que también existe el cine estadounidense. No son la misma cosa. El segundo prescinde de los tópicos narrativos destinados a enaltecer el honor patrio y en su lugar apuesta por alumbrar historias nada maniqueas donde Estados Unidos no es solo dechado de grandes virtudes sino también de grandes defectos.

La serie televisiva Homeland, que aborda igualmente el tema del terrorismo, está a años luz de ese patrioterismo que tiene en Harrison Ford a su mejor agente. Homeland no tiene de yanki más que su propensión a narrar asuntos locales (la CIA versus células de Al Qaeda) y nos advierte, con razón, de que el terrorismo es siempre cosa de dos. Tan poco complaciente (por el momento) con el rol que juega Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo, Homeland no para de ganar premios entregados por la propia industria del cine estadounidense. En un acto de optimismo, a veces tiendo a pensar que los americanos, cansados de ser los buenos de la película, empiezan a rebelarse contra su cansino destino narrativo.