Abogada

Hace unos días hablaba con Caty Romero, dirigente del Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco, acerca del atentado en el que asesinaron a su marido, el policía extremeño Alfonso Morcillo, y el proceso de extradición que se sigue contra el terrorista Juan Ramón Carasatorre, implicado en dicho asesinato. Siempre me sorprende el compromiso y la fuerza de Caty, pues siendo consciente de que esta militancia pacifista la coloca en el punto de mira de los terroristas, persiste y se arriesga. Días después se produce el asesinato de Joseba Pagazaurtundua, del que Romero era muy buena amiga. Una víctima más, una causa más. Cuando esto sucede una reflexiona acerca de cómo viven algunas de estas personas, una vida dura, sin duda. Caty podría haber vuelto a Extremadura, de la que es originaria, hace algunos años cuando segaron la vida de su marido, pero, en cambio, decidió permanecer allí al lado de las familias rotas por la organización criminal ETA.

Optó por implicarse dándoles la cara a aquellos que participaron en la muerte de Alfonso. Me comentaba que hacía tiempo que Pagazaurtundua era objetivo de ETA, que era un tipo muy implicado en las libertades, miembro del Colectivo Basta Ya. Una baja más de estas gentes que luchan cuerpo a cuerpo frente al terror macabro de la salvajada terrorista. Siempre me he preguntado acerca del valor de personas como Caty; cuando converso con ella me doy cuenta de que estamos ante seres excepcionales. La sociedad tiene una deuda y es la de saber apoyar y responder al espíritu valiente de personas que, como Caty Romero, han impedido que los terroristas socialicen el miedo y se apoderen de otras voces que no sean la de los belicistas.