Cualquier palabra de condena del calvario que vive el árbitro de fútbol Jesús Tomillero desde que decidió hacer pública su homosexualidad se queda corta. Amenazas, agresiones e insultos se han convertido en parte de su vida por un hecho que en la mayoría de ámbitos sociales está normalizado. Sin embargo, el mundo del deporte en general, y sobre todo el del fútbol en particular, sigue siendo un inadmisible coto cerrado de homofobia rampante, dentro del campo y fuera de él, en los vestuarios y en las gradas. Desde los cánticos en las gradas en los que los insultos homófobos se usan para zaherir al adversario hasta el pseudopacto de vestuario que hace que no haya ningún futbolista español abiertamente homosexual (algo estadísticamente imposible), el mundo del fútbol debe entender que vive anclado a unos códigos que son inadmisibles en un país como España. Gran parte de la responsabilidad de lo sucedido a Tomillero y de la homofobia del fútbol recae en quienes forman este mundo, jugadores, entrenadores y clubs. Pero las administraciones (federaciones, CSD, la LFP y el mismo Gobierno) también son responsables. Perseguir y castigar los comentarios e insultos homófobos, proteger a quienes los sufren y exigir a los clubs que se respete la orientación sexual de cada cual son unos primeros pasos imprescindibles para derribar este muro de prejuicios.