No sé si podríamos llegar a aceptar que las prioridades políticas en la gestión de la pandemia sean cálculos puramente personalistas. De veras que no tengo idea, porque estamos mostrando como sociedad desde hace tiempo una capacidad de asombro muy limitada. Será madurez que no nos escandalicemos demasiado con los desmanes en las instituciones y por parte de los poderes públicos.Pero más parece cosa de que andemos con la tensión permanentemente baja.

Lo que se hace evidente que, en el proceso de toma de decisiones, el interés general y la defensa de las propias instituciones van por detrás del partidista y de la estrategia individual de agarrarse a una posible reelección. Nadie está libre de preocuparse por su futuro, es la condición humana. Pero lo que esperamos de nuestras instituciones es precisamente que se comporten como eso: una organización de la sociedad a lo que otorgamos mayores poderes que a una persona o un grupo de personas. Y a sus anhelos particulares.

Cuesta creerlo, porque estamos viviendo una pandemia mundial. Estamos abocados a una crisis económica distinta, potencialmente descontrolada, severamente asimétrica. Y que por ello mostrará unas repercusiones a corto y medio plazo que superan -con mucho- la perspectiva financiera. Como individuos, con nuestras pequeñas preocupaciones y quehacer diario, bastante tenemos con vislumbrar el siguiente paso y cuidar de los nuestros.Puede ser difícil discernir cuándo nos sumergimos en eso que se denomina “acontecimientos históricos”. No tengan muchas dudas de que este, sin duda, lo es.

Con este escenario, si no es táctica política, ¿qué otra explicación posible sirve para la absurda descoordinación que contemplamos diariamente? ¿La falta no ya de datos, sino de una simple regla de equivalencia, que permita comparar información y extraer consecuencias? ¿Qué, si no, explica poco edificante espectáculo de los últimos días desde la bravuconada presidencial del “pedid, que se os dará” sobre una norma de gran calado a la ausencia de una planificación de reactivación escolar?

Se hace muy duro como ciudadanos asistir al sempiterno espectáculo de declaraciones y acusaciones cruzadas. Al continuo desencuentro del PP y el PSOE, incapaces de reunirse ni siquiera cuando está en juego la salud nacional. Asistir atónitos a un Torra que cuida de empujar su agenda (propia) secesionista mientras Cataluña arroja cifras escandalosas.

Aquí suele venir siempre idéntico descargo. Tenemos la clase política que nos merecemos: votamos como auténticos fanáticos, apelamos al corazón nunca a la cabeza. “Los suyos y los nuestros”. Es un argumento falaz y tramposo. Primero, porque no todos los votantes ejercen de forma irracional. Segundo, porque parte de la asimilación de las actitudes de votantes y de la clase político.Como si compartiéramos esferas de responsabilidad. Y no, no es así.

Como no funciona como descargo, políticos de todo clase y pelaje, que habléis de la irresponsabilidad individual, de las fiestas en casa y del ocio como el origen de los rebrotes. Como si los metros, estaciones de trenes o aeropuertos fueran un compromiso individual. O fueran los vecinos quienes amparan las normas en la apertura de restaurantes, cines y salas. No participamosde la misma responsabilidad porque no tenemos delegadas las mismas facultades.

Conviene no olvidar que es infinitamente más dañino que sea un político el que se comporta como un hooligan. Y contamos con una formación que hace además gala de ello, sin tener en consideración que ahora cuenta con la inestimable herramienta del poder gubernamental. Nada de lo que Podemos haga o diga ahora es inocuo.

Así hemos visto al ministro Garzón vilipendiar a una de las grandes industrias de este país, el turismo. Con argumentos simplistas, olvidando la inversión española fuera de nuestras fronteras, confundiendo el “sol y la playa” con el todo. Hemos observado al vicepresidente y al portavoz del partido señalando públicamente a periodistas críticos, tengan o no razón. Campañas orquestadas para ensuciar el nombre de empresarios como Amancio Ortega, incluso reconociendo que lo que se señala es perfectamente legal.

Es legítimo, pero particularmente inaceptable. No vale. Es actitud de hooligans. Marrulleros e intimidadores. Ese, lo sabemos, no es el camino. Y no lo será.