Ahora lo importante es la "viralidad". Justo ese concepto, que hace solo unos años se podía referir (como mucho) a una pandemia, es el centro de la diana de los mensajes políticos. En cada elección asistimos a una nueva guerra de vídeos, siempre buscando el debate, la polémica, la sorpresa. El golpe maestro. Que no crean que es que el mensaje llegue, no. Es que se haga viral. Nunca McLuhan pensó tener tantos adeptos a su teoría del "medio es el mensaje".

Los chamanes creen que los partidos deben ser máquinas comunicativas perfectamente engrasadas. De ahí que la siguiente oleada de "ideas geniales" se hará pública buscando que llegue a cuanta más gente, mejor. En el camino, por descontado, se puede perder el contenido y (¿será posible?) que lo que cuenten sea absolutamente digno de ser olvidado. O peor: mentira. No tiene importancia: lo que no es visible no existe. Para los partidos. Los votantes, ya es otra cosa.

En esa continua búsqueda, las redes sociales juegan un papel central. La propaganda se ha hecho fuerte a golpe de click, la forma más rápida de llegar a muchos. La verdad es que también es un modo muy democrático (en el lenguaje de la nueva política , sea eso lo que sea). Tanto, que no es inusual que la sociedad civil tenga sus iniciativas, en paralelo o a espaldas del pescado vendido que regalan los partidos.

Esta semana triunfó un curioso hastag en Twitter: "Hora de bajar los impuestos". Al que se sumaron muchos, desde notables que amasan seguidores hasta anónimos que aportan su granito de arena al debate. Más allá de las muchas propuestas al hilo de la etiqueta, su "viralidad" pone de manifiesto dos puntos: uno, que hay un nicho --no precisamente pequeño-- que demanda una bajada de impuestos; y dos, que ningún partido se ocupa de ello en sus programas.

Por supuesto que los partidos presentan medidas de reducción de impuestos en sus programas fiscales. Pero ocurre que son muy puntuales y usualmente dirigidas a ese electorado al que quieren "premiar" porque es la base de sus votos. Y en no pocas ocasiones, la bajada es un anzuelo que esconde que, por otro lado, más recaudación con subidas que "equilibren" cuentas. Así, es lógico que Ciudadanos o Partido Popular hablen de reducciones de tramos en el IRPF o comenten (vagamente) la necesidad de apoyar al autónomo (ahora "el emprendedor") o que PSOE y Podemos hagan campaña del IVA cultural reducido.

XQUE ELx sistema fiscal español está necesitado de un profundo lavado de cara es evidente. Paulatinamente, se ha escapado de una racionalización y de una renovación impositiva en la que muchas figuras son herencias de estructuras económicas que ya no existen.

Que la capacidad de establecer impuestos llegue a los poderes estatal, autonómico y municipal ha conducido a un entramado fiscal en el que de facto se producen dobles imposiciones es evidente. Han entendido la extensión de gravámenes como una eterna vía de financiación y (con asombroso descaro) algunas leyes particularmente declarativas no han ocultado su objetivo bajo el paraguas sobreprotector de la función social (¡acabáramos!).

Porque lo que de verdad pone a nuestros políticos es la política fiscal. Pero la que significa que las cuentas (las suyas) cuadren. Eso es lo relevante. Todos venden un control del gasto público, que no es tal, ya que igualmente hablan de políticas que implican subida del gasto. Sin dar detalles de cómo van a hacerlo, es la excusa perfecta para justificar que ahora no es el momento de bajar impuestos de forma generalizada.

Piensan solo desde la vertiente del gasto público. Incluso consideran crear empleo y consumo desde esa perspectiva, con fomento (dinero) de políticas de demanda financiadas por los poderes públicos (más impuestos).

Es hora de bajar impuestos. Y nadie lo ofrece. Todo lo anterior no son más que palos en las ruedas de nuestra economía, políticas que se han demostrado una y otra vez fracasadas. Igual de demagógicos son los que prometen subir impuestos a los ricos (poniendo el límite de la riqueza sospechosamente bajo) como los que alientan el mantenimiento de impuestos bajo la frágil sombra de unas cuentas públicas que son monstruosas.

Hay que bajar impuestos como sistema. Se requiere ser ambiciosos y eso pasa por evitar que la pesada muleta del estado se asiente sobre un contribuyente asediado. La reactivación del consumo y el empleo vendrán sobre más dinero en los bolsillos del consumidor y el empresario. Pero no de forma artificial (crédito, subvenciones), sino de lo más natural del mundo: dejar de meter las manos en lo que es suyo.