Siento tener que volver a presentar aquí unas líneas tan desprovistas de optimismo. Y siento hacerlo porque me gustaría que la realidad fuera otra, y el diagnóstico, muy diferente. Pero no puedo mentirme, y no quiero engañarles: el panorama que se vislumbra no es nada halagüeño. Y no les hablo de lo que ha sucedido, ni de las consecuencias, ya conocidas, de la estulticia e irresponsabilidad de estos falsos próceres gubernamentales con los que nos ha tocado lidiar. Hoy, aquí, vengo a referirme a lo que aún está por llegar, al mañana, al porvenir que nos espera a la vuelta de la esquina, a ese horizonte próximo sobre el que nos hablan a diario, a eso que se ha dado en llamar «desescalada».

Y lo hago porque me alarma la falta de previsión y planificación que se advierte, de nuevo, en el abordaje de esta nueva fase de la pandemia. Porque los que gobiernan continúan escudándose en ese grupo desconocido, intangible, vacuo, de expertos que dicen que les asesora desde el principio de esta crisis sanitaria. Y porque las erráticas estrategias gubernamentales, supuestamente basadas en las recomendaciones de esos expertos, merecen de todo menos confianza, comprobadas ya las grandes dosis de imprevisión e improvisación que las han teñido hasta ahora, con las consabidas consecuencias. No podemos, por tanto, estar tranquilos, como nos piden, ante la conclusión del período de confinamiento. Y no podemos, de ningún modo, responder con esa fe ciega que nos viene demandando el gobierno. Porque se desconocen, por el momento, los detalles del plan que debería guiar, de manera milimétrica, el retorno paulatino a la actividad cotidiana. Y porque, ante el enemigo invisible del Covid-19, se ha demostrado que solo hay un arma capaz de minimizar su virulencia y su velocidad de contagio: la realización de tests masivos, que permiten detectar, tratar y poner en cuarentena a los infectados por el virus, para bloquear la multiplicación de los casos.

Porque no podemos olvidar, en este sentido, que, aun estando confinados, el virus ha seguido extendiéndose entre la población a una velocidad no desdeñable. Y no es ningún secreto que, si la gente vuelve a salir y a compartir espacios, los infectados asintomáticos volverán a contagiar a otros, y estos, a otros, produciéndose, así, un inevitable retorno a un punto de partida que puede llevarnos a repetir la tragedia en que ya ha desembocado el aterrizaje del coronavirus en nuestro país.

Por eso, no me cabe duda de que, si se actúa del modo en que parece que se va a proceder, sin realizar todos los tests que habría que hacer, el confinamiento no habrá servido para nada, salvo para aplazar un nuevo episodio del desastre. Ojalá y me equivoque. Si así fuera, me tragaría, con gusto, las 469 palabras que he escrito en este artículo. H*Diplomado en Magisterio