Dramaturgo

Mi amigo el poeta del barrio está triste porque ha leído que el horizonte, su horizonte que muda de color según muda de ánimo su alma, está a cuarenta kilómetros. Por lo visto, unos científicos de nueva hornada, nada poéticos por cierto, se han ido al desierto con una beca y han medido la línea del horizonte y han comprobado que lo lejano e inaccesible, lo que siempre estuvo más allá de las aspiraciones humanas, está a cuarenta kilómetros. "Es que es muy duro, Miguel, muy duro saber que el horizonte, mi horizonte cuajado de recuerdos, pintado con las luces de la nostalgia, reflejados por vértigos de esperanza, ansiado y permanente, está en Alconchel, a cuarenta kilómetros de mi casa en Badajoz. Es muy duro, muy duro, saber que en mi coche, conduciendo a mi ritmo, el ritmo lento y dudoso de los poetas, llego al horizonte en tres cuartos de hora, me tomo un vino en el bar del Poli, veo el castillo de Miraflores, saludo a Vicente Herrera, que cuando era alcalde me invitó a un recital en la piscina, y me vuelvo a casa para decirle a mi señora que he estado en el horizonte. Alconchel es un buen pueblo, tiene buenas gentes, pero de ahí a ser el horizonte media un abismo".

No hay derecho que cuatro sabios destrocen el alma de un poeta con sus mediciones estúpidas. ¿No tienen suficiente con acercarse a Dios y ponerse a fabricar humanos sin coitos, cigüeñas, ni cigarrillos de después de? Pues nada, ahora quieren acabar con la poesía y empiezan con el horizonte. Lo quisieron hacer con la Luna, pero todos sabemos que fracasaron, que nunca llegaron a ella y que todo fue un montaje de Spielberg o Wells en un estudio cinematográfico de Santa Mónica.