Aparecieron esta semana, con las primeras lluvias. Caían sobre el cristal como pequeñas gotas de agua. Eran negras, alargadas, con alas, hormigas voladoras las llamábamos, aunque tendrán algún nombre científico, por supuesto. Hacía mucho que no las veía, igual que a esas mariposas negras tan grandes que aparecían al atardecer, y sobrevolaban los juegos de mi infancia. Nuestra memoria nos engaña tantas veces que no podemos fiarnos de ella. Van desapareciendo especies, tiendas, personas…y no recordamos la última vez que las vimos. Desaparece un negocio y es sustituido por otro, o el escaparate se llena de carteles descoloridos y no somos capaces de recordar qué se vendía allí, cómo se llamaba, a quién pertenecía.

Nos acostumbramos a no ver, a no observar, para poder olvidar más fácilmente. Así, de pronto, desaparece alguien a quien apreciábamos, pero veíamos poco, un amigo lejano, algún compañero, y de repente, como la lluvia de hormigas pequeñitas, nos vienen retazos de las cosas compartidas que ya no volverán. Me ha pasado hace muy poco, con Domingo Quijada, la memoria viva de Navalmoral, maestro de vocación, compañero de mi madre, compañero después de mi instituto, una persona amable, educada, siempre cariñosa, siempre dispuesta. Nos veíamos poco, pero su desaparición se suma a la cuenta de ausencias, al debe de una vida de la que él formaba parte en mayor o menor medida.

El otro día caían hormigas voladoras sobre el cristal, y pensé que quería registrar ese momento. No quiero acostumbrarme a pasar página tan pronto, olvidarme de un rostro de ojos cariñosos que siempre tenía la palabra justa, y que llevaba tanto tiempo en Navalmoral que formaba casi parte del paisaje. Parecía que sus charlas, sus escritos, los coloquios, sus clases y sus gestos iban a estar para siempre. Pero nada dura eternamente. Como historiador y cronista oficial él, que había hecho de la memoria su profesión, lo sabía de sobra. Y aunque sea necesario olvidar para poder seguir recordando, quizá no deberíamos hacerlo tan deprisa. Por eso quería hablar de Domingo Quijada. Y recordarlo. Las palabras que no se escriben vuelan, pero lo escrito permanece. Las que él escribió. Las que yo le escribo. Ojalá sirvan de homenaje y de consuelo, una pequeña frontera frente al abismo insondable del país del olvido.