He vuelto a ir al cine. No he escarmentado de las últimas experiencias y -como un pecador contumaz- he repetido. Las últimas producciones de Hollywood me exasperan. Con tanto mundo virtual y efecto especial me parece que en vez de estar viendo una película estoy en un videojuego. Quizá sea ese el objetivo que persiguen, pero a mí no me convence. El fin de semana pasado fui a ver Si yo fuera rico, un remake español de una cinta francesa que tiene todos los visos de convertirse en un éxito taquillero. Sin embargo, y aunque la película te hace pasar un buen rato, tengo que decir que lo consigue a base de fórmulas manidas, lugares comunes y un humor de brocha gorda que cansa.

Y eso que su director Álvaro Fernández Armero tiene oficio y ha firmado recientemente un gran trabajo, Vergüenza, para una plataforma de televisión. Creo que ese es el problema, los directores son esclavos de esas fórmulas narrativas, más propias de la pequeña pantalla que del cine y caen en el topicazo, la broma fácil y los personajes que no son más que una repetición de roles de otros filmes, buscando la respuesta de la taquilla. Y eso que no abomino de la cinta: Si se quiere reír -más bien sonreír- es una película recomendable, pero poco más. ¿Lo mejor? Una pareja protagonista que resuelve bien la papeleta. Álex García y Alexandra Jiménez tienen muchas tablas y bordan los papeles. También es un acierto elegir Asturias como escenario.

Si yo fuera rico tiene demasiada fórmula y poco hechizo. Todo está medido. Hasta la única desmesura de la historia: la escena de la prostituta. Humor apto para todos los públicos, aunque se abuse de los estereotipos: guapo malo, guapo bueno, amigo gordo, colega porreta… En definitiva, la película, va a ser un éxito en taquilla, aunque probablemente ni pase a la historia, ni sea un ejemplo de nuestro mejor cine. Sabemos hacerlo mejor, no tengo la menor duda. Otra cosa es que plataformas y productoras quieran arriesgarse. Refrán: Más vale poco y bien allegado, que mucho y robado.

*Periodista.