En la Odisea, el héroe tenía que hacer pasar su barco entre Escila y Caribdis, monstruos situados en un estrecho, de modo que al alejar el barco de Caribdis, este se acercaba a Escila y viceversa. Desde las últimas elecciones, gobernar se ha convertido en una auténtica odisea, y es poco envidiable el timonel que ha de guiar el barco del gobierno entre la Escila estelada y la Caribdis del aguilucho. En efecto, la prolongación del estado de alarma por quince días (en Francia se habla de prolongarlo dos meses), salió por los pelos, y con la ayuda de Inés Arrimadas, que actuó como la hechicera Circe (circense ella ha sido siempre), ayudando al Odiseo protagonizado por Pedro Sánchez.

En la Edad Media, el barco era alegoría del gobierno. Fluctuat nec mergitur («batida por las olas, pero no hundida») es el lema de París, como su escudo es un barco, aunque el río Sena solo lo surquen los bateaux-mouches para turistas, y estas semanas, ni eso. El Congreso español en estos días parece más bien la nave de los locos, otro tópico medieval al que dio forma El Bosco en un cuadro célebre. Desde luego no parecen muy cuerdos quienes quieren que se hunda el gobierno, aunque sea bajo el lastre de algunos miles más de muertos o, como piden en sus caceroladas, que el capitán abandone el barco en mitad de la tormenta.

En realidad, nada nuevo bajo el sol, o cara al sol: «Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros». Aquel exabrupto que Cristóbal Montoro le soltó a Ana Oramas para no apoyar, justo hace una década, las medidas de José Luis Rodríguez Zapatero, resumió lo que es la visión de la derecha en nuestro país, y que corresponde a la psicología del que agrede o mata a su pareja: «O mía, o de nadie». No otra cosa respondió Francisco Franco a un periodista estadounidense que, cuando el caudillo le exponía sus objetivos, le preguntó asustado: «¿Pero eso significa que tendrá que matar a la mitad de España?» Franco respondió con su gesto impertérrito y su voz de pito: «Triunfaré cueste lo que cueste».

Que la derecha española es incapaz de una oposición constructiva y que hizo que en los años más prósperos del gobierno de Zapatero viviéramos en una crispación constante por asuntos como el matrimonio homosexual o la negociación para el fin de ETA es algo que no por sabido deja de resultar cansino. Ahora confían en volver al poder antes de tiempo, cual jinetes del Apocalipsis, a lomos del caballo bayo de la muerte.

Y si en su momento el PP escogió en sus primarias como candidato a Pablo Casado, que se parecía al por entonces prometedor Albert Rivera (como dijo un amigo mío, algunas señoras no van a saber distinguirlos), desde hace un tiempo ya Casado a quien quiere parecerse es a Abascal y a Espinosa de los Monteros, y no solo por la barba.

Aunque todo se puede mejorar, dentro de lo que cabe, España no está bandeando la pandemia peor que Gran Bretaña (gobierno de derechas), Italia (gobierno de izquierdas) ni Francia (gobierno de lo que sea Macron). Pero eso da igual al votante del PP y no digamos de Vox, cuya mentalidad es la de un clasismo que se resume en «los nuestros lo harán mejor» y para ello, no importa recurrir a «los que quieren romper España», pues toda leña vale para quemar a fuego lento al gobierno. Si de paso el fuego calcina España, no pasa nada, ya vendrán ellos, cual bomberos toreros.

En estos casos me acuerdo de unos versos de Paul Éluard: «Mirad cómo trabajan los constructores de ruinas, / son ricos, pacientes, estúpidos y oscuros. / Pero hacen lo posible para estar solos sobre la tierra. / Uno se acostumbra a todo / salvo a estos pájaros de plomo. / Salvo a su odio de lo que brilla. / Salvo a cederles el sitio». Eso quisieran, que les cedieran el sitio del poder, el timón del barco, o lo que quede.

*Escritor.