WHw a llegado la hora de decir adiós y dar un paso al lado". El presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, anunciaba en la mañana de ayer su despedida de la política en los próximos meses: no será el candidato a la Presidencia de la Junta en las elecciones autonómicas de mayo del 2007 y abandonará la Secretaría General del PSOE extremeño en el próximo congreso, que será después de los comicios. Ibarra ha manifestado que no tiene intención de aceptar ningún cargo de responsabilidad política y que se dedicará a dar clases en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura, de la que es profesor. Es decir, su adiós, dentro de menos de un año, será definitivo.

El anuncio del abandono de la vida política del que ha sido presidente de Extremadura en toda su etapa autonómica, y parte de la preautonómica, es un acontecimiento de primer orden, porque todo lo relacionado con la gestión pública en la región durante estos últimos 25 años tiene que ver con él. Ibarra ha gravitado sobre la vida extremeña con una intensidad indiscutible: no sólo ha llevado a cabo su programa político, sino que en muchas ocasiones ha logrado marcar el ritmo social y ha mantenido una sintonía con los ciudadanos desconocida en otras partes de España,y basada en la certeza de que estaban ante un dirigente apasionado con su región y entregado a su defensa. Ningún dato es más contundente de esa sintonía que sus seis victorias electorales, cinco por mayoría absoluta.

Ayer manifestó que no existen otros motivos que los de su salud para renunciar a ser candidato a las próximas elecciones. A pesar de ello, ni siquiera alguien del peso político de Ibarra (incluso en la política nacional), se puede sustraer al hecho indiscutible de que su figura forma parte de un paisaje que el socialismo nacional está dejando atrás con la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, a quien Ibarra ayudó en el último congreso para que accediera al poder en el PSOE. Otros hombres que han marcado etapas en su gestión, como José Bono o como Pasqual Maragall, están abandonando los primeros lugares del escenario de la responsabilidad pública.

Sería un error que algunos sectores no entendieran el gesto del presidente como un signo de normalidad. Nada hay más corriente en una sociedad democrática que un dirigente dé paso a otro; que se sucedan las personas y los partidos en la gestión de los asuntos públicos. Nada será igual sin Ibarra que con Ibarra, pero la renovación debe ser entendida como el resultado de que en un régimen de libertades las personas cambian, se van y vienen otras, y son las instituciones las que representan la voluntad popular.

De igual modo, el PSOE extremeño tiene ante sí un reto inusual: elegir un sucesor que sea capaz de aglutinar el caudal de confianza que los ciudadanos han depositado en Ibarra. El hombre designado en principio es el consejero de Sanidad, Guillermo Fernández Vara, quien concita apoyos tanto dentro de Extremadura --anoche dos agrupaciones decisivas como la de Badajoz y Mérida anunciaron que Vara era su candidato a suceder a Ibarra-- como en los órganos de dirección nacionales. Con independencia del designado, el PSOE tiene la responsabilidad pública --no solo orgánica-- de llevar a cabo su particular transición interna sin que ninguna turbulencia repercuta en los ciudadanos. Seguramente a esa tarea se entregará Rodríguez Ibarra en los próximos meses.