TVtivo en una ciudad-dormitorio, donde cada cierto tiempo instalan un carril para bicicletas. Al cabo de unos años, lo quitan. Pasado otro periodo de tiempo, lo vuelven a poner. Tanto en los periodos de carril, como en los periodos de ausencia de carril, el número de bicicletas es siempre más bien escaso. El entusiasmo de los españoles por la bicicleta se suele concentrar en ver por la televisión la vuelta a Francia, sobre todo, si va bien clasificado algún compatriota.

Me imagino que estas medidas obedecen a la alternancia en el poder municipal, y que los profesionales de la política se refieren a esta circunstancia de manera pomposa y excesiva como ideología. Cuando la ideología desciende al carril de las bicicletas es el momento en que las sociedades sustituyen al rabino por la echadora de cartas, al obispo por el astrólogo y al imán por el asesor financiero.

El gap al que se refería Arnold J. Toynbee , entre las ciencias y la filosofía, esa sima que separa la evolución científica de la moral y la ética, cada día se ahonda más. Derruido el mito comunista, las ideologías pasan por la homologación del Fondo Monetario Internacional y se constriñen al detalle. Al detalle de las bicicletas, por ejemplo.

Nuestra larga, suave e irresistible decadencia, transcurre entre blandos matices sobre la admisión más o menos entusiasta de la homosexualidad, la recogida de basuras y el papel reciclado. Cuesta imaginarse a Platón o a Nietzsche o a Schopenhauer apasionándose sobre estos asuntos, y, sin embargo, es muy fácil encontrarse con un concejal de cultura, muy satisfecho de sí mismo, por haberse encuadernado en la modernidad, gracias a sacar adelante un carril para bicis. De no ser por el silencioso ejército de investigadores que, con magro sueldo, justifican nuestra cultura, habríamos llegado a una decadencia tan grosera como irrespirable.