WLwos cardenales se recluyeron ayer en cónclave, empezaron a votar y emitieron por primera vez una fumata negra. No hay ningún dato. Quizá fue el resultado de una elección de simple tanteo, quizá el fruto de las estrategias iniciales para quemar unos nombres y potenciar otros. Hay algo claro: es una elección que, junto a los valores trascendentes que le atribuyan los creyentes, es política. Se elige entre opciones ideológicas muy distintas y personalidades muy diferentes.

El ritual tuvo el nivel de espectáculo de la Iglesia de Wojtyla. A la voz de extra omnes (fuera todos los demás) 115 varones de edad avanzada quedaron a solas para designar al líder espiritual de 1.000 millones de creyentes. Pero muchos de estos creyentes no están representados en el cónclave. De entrada, las más de 500 millones de mujeres a las que la Iglesia sólo reserva un papel subalterno, ejemplificado por las monjitas del servicio doméstico de Juan Pablo II.

Tampoco está representada en el cónclave la sensibilidad de los millones de bautizados de Occidente que se han alejado de la jerarquía porque creen que no respeta su libertad de conciencia. O porque, teniendo fe, discrepan de Roma en materia de sexualidad.