Año tras año, conmemorar el Día Internacional de la Mujer con alguna cifra o con algún hecho destacado que nivele la desigualdad entre hombres y mujeres resulta prácticamente casi imposible. El trabajo de base de millones de mujeres, en el que arriesgan incluso su vida, es necesario para la supervivencia y un cierto futuro de muchas féminas, es el agua imprescindible para mover el molino de un mundo más equilibrado. Pero transcurridas muchas décadas, los estereotipos y una concepción del mundo solo masculina siguen condenando a las mujeres a un lugar secundario en la sociedad. Esta situación se traduce de muchas formas.

Desde una brecha salarial escandalosamente presente en sociedades que se definen como modernas y avanzadas, hasta la exclusividad masculina del espacio público por el que las mujeres indias son violadas en los autobuses. Siendo estas circunstancias distintas, tienen ambas no solo el mismo origen sino también la misma solución. Parten de la desigualdad sufrida por las niñas, incluso antes de nacer, y se perpetúan tras una menor atención educativa y sanitaria, que culmina con la falta de reconocimiento a su labor y sus gestas.

Los millones invertidos y los esfuerzos de las activistas no han logrado, todavía, echar abajo las puertas guardianas de la esencia del poder masculino, triangulado en la política, la economía y la religión. Así, iniciativas como las de la comisaria europea Viviane Reding para que las mujeres sean en total el 40% de los consejos de administración de las grandes empresas del mundo topan con una realidad que perpetúa la desigualdad. Solo las leyes --y muchas veces ni ellas-- acometen mejoras frente a las cada día más insistentes voces tramposas sobre las bondades del voluntarismo y del libre --y por supuesto, acertado-- progreso social.

Tampoco la inversión de dinero y de tiempo ha logrado penetrar en el núcleo del problema de manera tajante, revirtiendo un modelo que, de forma érronea, se considera solo perjudicial para las mujeres. Abordar el cambio con perspectivas como la de ceñir la conciliación al estricto universo femenino o no identificar todas las violencias no reinterpreta la historia sino que le pone pies de página. Por eso no se puede pensar que el crujir general de las estructuras que ahora sentimos por la crisis no anida en la desigualdad. En en el balance de este último año solo se puede afirmar: e la nave va.