XSxe dice que hay en Extremadura entre trece y quince mil inmigrantes (las cifras varían según las distintas fuentes), dos tercios de los cuales se ubican en la provincia de Cáceres. En la diócesis de Coria-Cáceres hay alrededor de dos mil seiscientos empadronados, es decir que residen de modo permanente o cuasi-permanente, y en la capital de la provincia hay unos 1.400.

Aunque su distribución es desigual, destaca la población de origen marroquí en el conjunto de la provincia. Sin embargo, en la ciudad de Cáceres hay, en proporción, mayor número de población procedente de los países iberoamericanos de Ecuador y de Colombia. Dentro de este último colectivo la tasa de población femenina es mayor, ocupando trabajos relacionados con el hogar y los servicios, mientras que entre los norteafricanos es mayor la tasa de población masculina y desarrollan sobre todo trabajos relacionados con la agricultura. Fuera de la ciudad de Cáceres unos y otros están presentes sobre todo en los arciprestazgos de Coria y Montehermoso aunque cada vez más se ven familias diseminadas incluso en los pueblos pequeños de nuestra geografía. Hay que destacar también los asentamientos de temporeros de origen extranjero que, de manera anárquica e imprevista, se producen a veces en algunos municipios del norte de la diócesis --y también en otras zonas de Extremadura, como Almendralejo-- con ocasión de la recolección de la aceituna o de la vendimia.

La realidad de la inmigración está a nuestro lado y va más allá de las estampas que nos suele presentar la televisión: las pateras, el Egido, los barrios marginales de las grandes ciudades... Para algunos resulta paradójico que haya miles de inmigrantes en regiones como la nuestra, en que, sin embargo, existe un alto índice de paro. Pero no lo será en realidad tanto si vemos cómo la población autóctona ya no quiere desempeñar determinados trabajos, como el servicio doméstico o faenas duras de la agricultura y la ganadería para las que sí están disponibles los trabajadores inmigrantes.

Aún sin llegar a las cifras de Madrid, Barcelona o de los municipios del extremeño valle del Tiétar, en nuestros pueblos y barrios se va gestando, por la fuerza de los hechos, una sociedad pluriétnica, pluricultural y plurirreligiosa y ello produce en mucha gente cierto desasosiego. Es preciso poner en juego intensamente conceptos como la tolerancia, la integración... que antes no formaban parte de nuestro vocabulario, para hacer frente a esta nueva realidad. Estamos en los comienzos de una sociedad nueva, cada vez más mestiza. Hoy quizá no percibimos este mestizaje y seguimos mirando de reojo al extranjero, pero los hijos de los inmigrantes empiezan a formarse en nuestras escuelas, comienzan a verse en nuestras catequesis parroquiales, y, poco a poco, se van incorporando activamente a nuestras comunidades parroquiales.

La jornada Mundial de las Migraciones --que tiene lugar pasado mañana, domingo-- nos hace una llamada a una nueva solidaridad, a convivir cada vez más estrechamente con los demás, sean iguales o distintos. En las parroquias de nuestra diócesis donde hay mayor número de inmigrantes hay experiencias ricas de acogida y encuentros fraternos con las personas de origen extranjero, que van más allá de la asistencia social, buscando la promoción de las personas y la integración en la vida comunitaria como miembros de la Iglesia.

Es importante que todos tomemos conciencia de esta realidad y sensibilicemos a los demás, dentro de la Iglesia y en la sociedad, que conozcamos cómo es el otro, por qué viene, qué busca, qué podemos ofrecerle y qué es lo que nos une. Solamente conociendo y acogiendo al que es distinto se favorece la paz.

*Delegado Diocesano de Migraciones de Cáceres