Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

El entorno abertzale, con su brazo armado ETA, ha estado siempre presente en todos los procesos electorales democráticos, muchas veces con sangre y violencia; otras con treguas explicitadas o insinuadas, según su cúpula directiva estimase que podía influir más en los resultados tanto nacionales como regionales del País Vasco.

Lo novedoso de estas elecciones es que por primera vez el aparato político del entorno etarra está ilegalizado y por lo tanto no puede concurrir a las elecciones. Y a partir de aquí surgen las dudas de cómo este hecho va a influir en las elecciones vascas.

Sobra la polémica, sobre la oportunidad o no, de las sentencias judiciales sobre la ilegalización. Estas son hijas de la Ley de Partidos, fruto, junto con el pacto antiterrorista, del consenso básico sobre la unidad de España de los dos grandes partidos que vertebran el Estado, PSOE y PP. El Tribunal Supremo ha aplicado la ley y el Constitucional ha refrendado la constitucionalidad de la misma. Y en este marco no caben cábalas posibilistas sobre a quién, en definitiva, va a favorecer la situación creada. No se pueden, ni se deben confundir, los marcos éticos con posibilismos coyunturales políticos, porque uno de los pilares del Estado democrático es el sometimiento de todos a la ley, que en definitiva es el garante máximo del propio Estado.

Nadie puede ignorar, por otro lado, que los votos de Batasuna no vayan a estar presentes en las elecciones vascas, reforzando a partidos democráticos como el PNV a pesar de las orientaciones impartidas por el entorno radical a sus militantes y simpatizantes de depositar un voto nulo y contestatario del propio proceso electoral. Pero lo más normal es que esto sea pura apariencia, ya que la concordancia de fines entre el nacionalismo democrático y el abertzale es ya muy grande, y el proyecto soberanista del PNV ha medido tiempos y explicitado formas. Y entre éstas está, sin duda, la de crear un clima de paz inexistente. Más para consumo de fuera del País Vasco, nacional e internacionalmente, que para el interior de la propia Euskadi. Es dejar de asesinar pero no de amedrentar. Así que a nadie tiene que extrañarnos que las conversaciones fluidas, continuas y permanentes entre el PNV y ETA den como resultado una tregua implícita, más allá de apariciones amenazadoras y esperpénticas en televisión. Es una condición muy conveniente para desestabilizar al Estado con un referéndum separatista, convocado ilegalmente por el PNV.

Por otro lado, si el PNV, reforzado por los votos electorales gana las elecciones municipales y en las diputaciones forales vascas, argumentarán que su proyecto soberanista despierta entusiasmos y cuenta con la mayoría del pueblo vasco, a la vez que dejará entrever su capacidad mediadora y de presión ante el terrorismo etarra. Hasta ahora Ibarretxe no ha desmentido estas conversaciones y ha hecho numerosas declaraciones pidiendo a ETA que deje de matar.

No sé cómo la cúpula eclesial vasca está jugando en esta cuestión. Las declaraciones de algunos obispos, jubilados y en activo, no son muy tranquilizadoras, máxime cuando se ubican en unas posiciones condenadas por el propio Papa, que a la carta que le mandaron los quinientos curas nacionalistas vascos respondió condenando las exageraciones nacionalistas.

Esta cuestión, salvo en el País Vasco, está fuera de la contienda electoral, dadas afortunadamente las convergencias básicas de los grandes partidos. Las demás de carácter estatal son de menos rango sin duda, y también deberían estarlo, por ser elecciones municipales y autonómicas, pero hay sombras negras difíciles de olvidar.