Siempre he admirado la capacidad que tienen los niños de sorprendernos. En un momento te arrebatan el corazón con un gesto de inocencia y ternura que valen una vida. Me pregunto cuándo aprenderemos de su generosidad, de lo mucho que entregan a los mayores. Ahora que es tiempo de pedir, me van a permitir que lo haga para ellos. Porque sí el futuro no existe a corto plazo, de ellos serán los tiempos que vengan, mejores o peores, duros o con esperanza, oscuros o luminosos. En definitiva, a ellos les pertenece esa otra vida que ahora construimos, a trancas y barrancas, los mayores. Y como los Reyes siempre cumplen lo prometido a quienes se portan bien, me gustaría que todos los niños tuviesen unos padres de quienes sentirse orgullosos, que sepan salir adelante en medio de las dificultades y que no tiren nunca la toalla por muy mal que vengan dadas. Que nuestros pequeños también puedan crecer sabiendo que la vida que les espera siempre tendrá rayos de luz, rendijas por las que se colará un sueño, un reto, un objetivo. Porque tenemos el regalo de saber que nuestro esfuerzo merecerá la pena, que tanta preocupación en casa tendría que servir, al menos, para saber que lo estamos intentando y que eso, solo eso, ya vale para continuar adelante. No dejen que nada les venza. Cuando vean los regalos, da igual que sean pocos o muchos, miren que el suyo sea la mejor sonrisa. Porque ellos, los más pequeños, necesitan un espejo al que mirarse. Y usted siempre será el mejor ejemplo. Seguro que a cambio reciben el regalo más valioso de todos: que les enseñen que la vida es solo eso, una mirada y una demostración de cariño.