Advertí en sus ojos la ilusión de quien empieza, de los que se atreven a poner un punto y aparte en sus vidas hasta el extremo de abrir una nueva etapa de incertidumbres, miedos y deseos. De todo lo anterior, ahora mucho más de lo último: la certeza de haber logrado poner en pie un proyecto en el que dejarse la vida y el tiempo hasta la jubilación. Les hablo de un amigo al que las cosas no se le pusieron fáciles en el negocio familiar y que, ahora, liberado de cargas e hipotecas, se ha reinventado con otra idea a la que va dando forma con trabajo, mucho trabajo y clientes. Viene esta historia a cuento de mi admiración por quienes construyen cada mañana, por las personas que como ella, una accidental compañera de viaje, es bailarina de cásting en cásting mientras habla ilusionada de cómo cuadrar horarios para llegar a pruebas y exhibiciones que le den para vivir. Los kilómetros no existen, son solo una parte más de un empleo al que llegó porque su familia es de artistas. ¿Se puede pedir algo más para una bonita historia en el que el arte lo canta todo? Pero como nada es blanco ni negro y cada vida se hace de matices, ocurre que a veces las ilusiones se gestan de desvelos e insomnios. Le pasó a quien decidió bajar la persiana para siempre en la tienda de aquí al lado y ya busca de qué manera seguir venciendo a la vida. Le ocurrió, con éxito, a ese amigo con el que compartí la alegría de un aniversario en el negocio y me pasa siempre que miro a los ojos de alguien hasta descubrir que hemos venido a cumplir nuestra misión. No hace falta que les diga que vale la pena ilusionarse con quienes se ilusionan. Aunque haya palos y sinsabores. ¿Bueno, y qué?