Historiador y miembro del PSOE cacereño

Ahora que se inicia un nuevo curso político parece que el paisaje está en consonancia con las turbulencias climatológicas. El todavía presidente del Gobierno de la nación hace de su discurso de reencuentro una sucesión de ataques que elevan la crispación, hasta el punto de convertirlo en oposición de la oposición. Y es que conservar la imagen para un político es algo de suma trascendencia. Una trayectoria acumulada en el tiempo se puede echar a perder por un mal café y no se puede estar en estado permanente de tensión, pues lo que se consigue es acentuar el nivel y el tono de los desacuerdos. No somos capaces de asimilar que las discrepancias son buenas, que el contraste es positivo y que sobre una base de posicionamientos se pueden dibujar escenarios que complementen, que sumen, que enriquezcan.

Por contra, seguimos anclados en la añeja postura de que el que no está conmigo está contra mí . Vemos a los demás como antagónicos. Nos hemos habituado a configurar estereotipos hasta el extremo de vivir en mundos virtuales, jugar a la política, fabricar batallitas... A todo ello se añaden aquellos que exteriorizan lo hueco. Han logrado identificarse como un escaparate pero no se han preocupado alimentarlo. Así pasa con el ensimismamiento, la infalibilidad o la seguridad que da el poder.

Mientras la actitud de Aznar con Zapatero dejá una pesada herencia a su sucesor, en Extremadura la oposición sigue insistiendo en instrumentalizar políticamente un festejo institucional. Quizás porque no tiene alternativas. Quizás porque sólo les queda la imagen y les preocupa reconocer que, al menos, una vez al año, esta región quiere ofrecer al resto del país una visión de unidad y pluralidad.