Si uno no vive en el desierto desprovisto de televisión, prensa y conexión con internet, es prácticamente imposible que no haya visto las imágenes del torero Julio Aparicio empitonado por el cuello.

Ciñiéndose a este caso, unos ciudadanos opinan que no es útil ni acertado que los medios de comunicación muestren reiteradamente los detalles de la cruenta cogida, arguyendo que recrearse con el sufrimiento del torero raya la inmoralidad y puede herir la sensibilidad de muchas personas. Otros piensan que puede ser hasta pedagógico y apropiado para concienciar y sensibilizar a la ciudadanía respecto de la conveniencia de poner límites al espectáculo de los toros, ya que --aun salvando la distancia entre las personas y los animales-- estiman que el daño y dolor causados periódicamente a los últimos en las plazas de toros también es inadmisible e inaceptable, aunque su cotidiana divulgación no origine un remolino de la misma intensidad en las conciencias. Por otra parte, hay quien está a favor de exhibir y contemplar sin cautela alguna cualquier tipo de sucesos acontecidos en espectáculos y lugares públicos, independientemente de si el objetivo es informar u obtener audiencia.

¿Dónde está la frontera entre lo que es apropiado y lo que es inadecuado al evaluar el derecho de informar y ser informado?

Alejandro Prieto Orviz **

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