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Robespierre sentenció: "La opinión pública debe condicionar a los gobernantes y no al revés". 210 años después, en España, toma plena actualidad justamente lo contrario. Lo que hace unos meses se nos comunicó, y en consecuencia vimos, como una boda de regios vuelos, cenit de la nueva cultura popular, se ha transformado, al día de hoy, en una esperpéntica pendiente hacia un desbocado declive que causaría sonrojo al mismísimo Robespierre.

La boda no fue la razón, ni es causa. Es mero ejemplo de algo mucho más serio, por afectarnos a todos. Pues todo empezó antes, cuando tras haber revalidado la confianza del pueblo español (con merecimientos, lo resalto gustosamente), se engendró en el partido mayoritario un "nuevo estilo" basado en una férrea disciplina interna, meritorio proceder de Arenas, y en el culto al líder carismático, sorpresivo pedestal de un hierático presidente (entiéndase hierático por aquello de los ademanes asociados a las grandes solemnidades).

Culto y estilo fuertemente unidos a una política de comunicación que raya la perfección partidaria. Los ejemplos se multiplican por doquier. No importa que Alvarez Cascos, desde la montaña y por teléfono, diera la orden más desastrosa que en este país se recuerda. Menos aún se recuerda a un candidato Aznar, en 1993, prometiendo solemnemente cuantas comisiones de investigación reclamaran los partidos políticos en minoría, como imprescindible medida de regeneración democrática. Ni tampoco está en la memoria de algunos un presidente Aznar, en 1999, reiterando que él nunca pondría obstáculos a las mencionadas comisiones de investigación.

Por el contrario, sí es de diaria contemplación, un Rajoy, incansable, pero quedándose hasta sin sudor, taponando grietas y fisuras. Pero, ¡oh, sorpresa!, ahora sale el presidente Aznar, dando órdenes (prietas las tropas, cumplimiento radical) para poner trabas a una comisión de investigación, cerrando la boca a pilotos de helicópteros de empresas públicas y cosiendo los labios de todo un delegado del gobierno en Galicia.

A su lado, un presidente Fraga, con estupor de niño chico, teniendo que comerse el marrón del ridículo de su partido en el Parlamento gallego. Inmediatamente Rajoy, sacando sudor de flaqueza, conjugando la teoría de la oportunidad del control político, o impedimento para un Parlamento autonómico respecto de un delegado gubernamental, con la teoría de la ilegalidad aplicada al gobierno central, que se ve "forzosamente impedido" para dar explicaciones en el Parlamento autonómico.

Genial para justificar el arrebato inicial del jefe.

No importa nada todo lo anterior. Ni que al mismo tiempo se impida que el Parlamento europeo investigue, aunque sea utilizando mentiras tales como aquélla basada en que, si se abriera una comisión, se dejarían de percibir las ayudas por parte de los afectados directos. Mentira desenmascarada por el máximo responsable de la institución comunitaria afectada. Ni que en el cenit, ahora sí, de la incoherencia del otrora proponente de la regeneración, nieguen la comisión de investigación en sede del propio Parlamento español.

Silencio, no hay nada que investigar, ni transparencia que defender, pues el jefe ya ha sentenciado: los culpables son los de siempre, los desleales de la oposición.

No importa nada porque Robespierre ya murió y porque quienes tienen tales actitudes y comportamientos incoherentes, se ven protegidos por la reiterada y portentosa desvergüenza asociada a la parcialidad de algunos medios de comunicación.

Aunque cabe otra explicación. ¿No será porque los ejemplos recién puestos, sólo son productos de mi imaginación? No le den más vueltas.