La reciente y tardía introducción del carnet por puntos ha generado, tras el refunfuño inicial, cierto estado de euforia ante los espectaculares resultados positivos. Por fin, la inadmisible sangría que produce el tráfico sobre la población en España ha sufrido un retroceso espectacular. Conociendo el paño, es decir, al personal, es menester que todavía no tañan de júbilo las mismas campanas que hasta ahora doblaban a muerto. Dejemos pasar no un mes, sino todo un año, para comenzar a hacer afirmaciones gozosas sobre la bondad de la medida.

Sostienen los entendidos que la envidia es el vicio más característico de las Españas. Tal vez. De lo que cabe poca duda, sin embargo, es de que sus ciudadanos tienen otro vicio más palpable: la poca paciencia y menor parsimonia. Dígolo a propósito de los accidentes de tráfico, cuyo desaforado volumen afecta a tantísimos conciudadanos, bien matándolos, bien dejándolos de por vida tetrapléjicos o lastimados gravemente. Y a sus familias, sufriendo.

Mi impresión es que hay una sutil relación causa-efecto entre lo que suele llamarse la alta siniestralidad de nuestro tráfico y el vicio nacional de la impaciencia. No sé si les convenceré a ustedes, amables lectores. Mi única arma persuasiva, basada en la experiencia, es haber vivido muchos años (¿30 les parece poco ) entre Alemania, EEUU e Inglaterra, conduciendo siempre. (En Alemania una memorable Lambretta, por carretera y autopista, y también un camión con arena, porque no había beca. Por si no bastara, durante mi heroico servicio militar, en el Alt Empord , conduje un camión de artillería.) Pues bien, la diferencia que notaba siempre nada más pasar al volante La Jonquera era la crispación, las prisas y las maniobras sublimes de mis conciudadanos al volante o al manillar.

Tras mucho cavilar empecé a intuir que la conducción al volante y la crianza de los niños, seguida de su formación en los años mozos, debía tener forzosamente alguna íntima relación con el comportamiento suicida, irresponsable, incívico y claramente impaciente del homo hispanicus irrationalis. O de la fémina, puesto que estamos en tiempos de emancipación genérica. (Dicho sea de paso, la introducción del carnet por puntos ha demostrado justo lo contrario de lo que afirmaban los fanfarrones: conducen mejor ellas).

Es bien cierto que en los países de cultura protestante, y más en los calvinistas que en los luteranos, más en los anglosajones que en los germánicos, se cultiva la paciencia en la Educación Infantil, y sobre todo se fomentan --familias, escuelas, ambiente público-- la contención y espera ante cualquier recompensa. Un resultado espectacular es que sus ciudadanos son más pacientes en la cola del bus que griegos, rusos, italianos, españoles y franceses, de países católicos u ortodoxos, en los que la espera de que la autoridad pública --Iglesia, Gobierno, policía-- decida y mande es superior a la visión individualista. Según esta, cada uno de nosotros se salva o condena por sí mismo, al margen de instituciones y leyes impuestas desde fuera.

XOTRO ASUNTOx, que sorprende y hasta irrita (sí, señores, irrita) a los españoles cuando llegan a EEUU o a Canadá es la tranquilidad entre procesional y mayestática con que conduce allí la gente. La cortesía de los ingleses en la carretera es legendaria (aunque en los últimos años, ay, se ha resquebrajado un poco a causa de la nueva road rage, o furia vial que allí se ha extendido). La obediencia germánica a normas y señales no lo es menos. Y la arbitrariedad, mala educación y violación de reglas de tránsito de hindús, turcos y otros pueblos del mundo hay que vivirla para contarla. Si salen ilesos, claro.

Mi hipótesis intuitiva carece de pretensiones. Su enunciación es fácil: la educación infantil familiar y también escolar que fomenta con firmeza --sin gritos, amenazas ni brutalidad-- la espera y abstención para que la recompensa ante la buena conducta llegue tarde o temprano, tiene como consecuencia indirecta que el ciudadano, cuando le llega la edad de guiar un vehículo, también lo hace con la cautela, parsimonia y calma que la cosa requiere. A menor atolondramiento en la infancia, mayor seguridad vial. A mayor autodisciplina infantil y juvenil en la vida, mejor buena conducta en la esfera pública de mayor, incluida la conducción de vehículos.

Siento la tentación --el letargo canicular no morigera mi fantasía, que se torna febril-- de extender mi hipótesis a otros campos de la locura humana. Tengo la impresión de que hasta el comportamiento demencial de los trabajadores de El Prat hace unos días tiene mucho que ver con el cultivo hispánico de la impaciencia y el mal humor, mediante una enseñanza primaria que no inculca los buenos modales a través de la humilde pero crucial virtud de la paciencia. Pero para alivio del lector, tengo que renunciar a regalarles con la ampliación detallada de mi teoría. No es que no quiera, es que este diario fija un máximo de caracteres cada vez que me invita a sus amables páginas. Y ya he llenado mi cupo. Buen verano: va a refrescar pronto. Conduzcan con paciencia. Eliminen tubos de escape impresentables los de las motos. Y, sobre todo, piensen que la bicicleta es encantadora, saludable y democrática. De derechas, ciertamente, no es.

*Sociólogo