Con asombro de no poca gente sostengo que, en nuestra sociedad actual, probablemente haya menos actos de violencia juvenil que hace, digamos, 40 años. Mi hipótesis señalaría que hoy la sensibilidad social ante la violencia es mayor que la existente entonces, lo que hace, también, que los adolescentes soporten más difícilmente toda burla, menosprecio y maltrato psicológico. Pero añado que hoy los actos violentos, aunque quizá en menor número que antes, son, sin embargo, más graves, y el límite entre la violencia correcta y la incorrecta es menos claro. En parte porque la diferencia entre el juego y la realidad es más difusa. Pero más importante es decir que una generación al menos ha sido educada en los derechos y no en las responsabilidades. Y eso se paga.

Lo anterior puede también corroborarse, esta vez con datos en la mano, si nos limitamos a los últimos cinco o diez años. La percepción de que aumenta la violencia, luego también el temor de padecerla (lo que es otra forma genuina de violencia) ha aumentado, pero esto no se corresponde, necesariamente, con el aumento de la violencia en las aulas, sino con determinados episodios de violencia juvenil, particularmente graves, dentro y fuera del aula escolar. Recuérdese. Tres niñas rompen la pierna a otra en una agresión a la salida de un instituto de León. Un exalumno agrede a un profesor en Alicante y su amiga lo graba en el móvil. Una madre golpea en Elche a dos maestras que reprendieron a sus hijas por una pelea, etcétera. Un dato particularmente grave es el deterioro en el respeto y consideración a maestros y profesores. Hace ya años escribí un artículo en estas columnas cuyo título lo dice todo: De dignos profesores a profesores quemados.

Por otra parte, parece claro que cada día es menos válida la separación total entre la violencia fuera de la escuela y la violencia dentro de la escuela . Tampoco, más que por método, entre la violencia dentro y fuera del aula escolar. La escuela no es un enclave cerrado, la escuela ya no es un mundo separado del espacio circundante, un espacio que deja fuera de sus muros la violencia, física o psicológica.

XHAY QUEx analizar, hasta donde sea posible, la totalidad del comportamiento del joven escolarizado, dentro y fuera de la escuela, en clase y en la calle, en la discoteca y en su domicilio familiar, en el periodo escolar y durante las vacaciones escolares, al objeto de perfilar, lo más exactamente posible, los comportamientos, actitudes y valores de los adolescentes y jóvenes en el campo que estamos estudiando. Y sin olvidar, bien al contrario, el sentido que el adolescente concede a sus propias manifestaciones de violencia.

Centrándonos en la escuela, pienso que lo esencial en la educación de los escolares no se juega en el aula, sino en el patio escolar, en los pasillos, en las relaciones informales entre profesores y alumnos, entre el personal no docente y los alumnos, en la que establezcan los alumnos entre sí, sin olvidar la implicación de los padres en la marcha del centro escolar, aunque esto último sea más del orden de los deseos que de las realidades cotidianas. Entiéndaseme. No digo que lo que suceda dentro del aula carezca de importancia, por supuesto, pero su objetivo está más centrado en la transmisión de conocimientos y posterior evaluación, ya que si algo caracteriza el actual sistema educativo es que todo gira hacia la superación de los exámenes. De ahí que, en mi opinión, la llamada Educación para la Ciudadanía --como no hace poco la Educación en Valores, y siempre la cuestión de la clase de Religión--, amén de los problemas que va a generar en la enseñanza regida por criterios excesivamente ideologizados, corre el riesgo, si se acaba implantando, de convertirse en otra asignatura maría y en todavía más horas con alumnos clavados en el banco escolar esperando, con ansiedad cuando no con rabia, que toque el timbre para salir, si no a la calle, sí al patio. Creo que hay que centrar las cosas. Lo que debe ocuparnos no es tanto el contenido de las materias que se presentan en los currículos, los contenidos que se discuten en los despachos y, más aún, en los medios de comunicación social como arma arrojadiza. En gran parte porque muchas veces, por ejemplo en la clase Religión, poco tiene que ver con las materias de las que realmente se habla en aula escolar. Pero, sobre todo, porque los alumnos donde realmente se educan es en las relaciones que establecen con sus profesores, con el personal no docente y entre ellos mismos en el aula escolar y en sus aledaños.

¿Quién se acuerda de las materias que le impartieron en las clases de Religión, en las de Educación en Valores, no digamos de Formación del Espíritu Nacional los que hemos pasado de los 60 años? Pero todos tenemos en la memoria y distinguimos aquel profesor que nos respetaba, se ocupaba de verdad de nosotros, de aquel a quien, sin embargo, temíamos; los compañeros que eran amigos y aquellos a los que aborrecíamos; aquel bedel que nos salvaba de algunas fechorías; algunas convivencias, los campeonatos de fútbol... Lean las memorias de quien sea y verán que es de esto de lo que habla cuando se refiere a su formación escolar en la primera y segunda enseñanza. Claro que es más fácil discutir sobre planes de estudio que sobre organizar la vida docente fuera del aula escolar.

*Catedrático de Sociología en Deusto