Cinco años de guerra en Siria. Cinco asambleas generales de la ONU. Una por año. Y en la que acaba de iniciarse, esa guerra ha marcado la apertura de las sesiones de una forma brutal, con el fin de la tregua pactada entre Estados Unidos y Rusia y el anuncio por parte de la organización de la suspensión de toda ayuda humanitaria después de que un convoy suyo fuera atacado y destruido cerca de la ciudad sitiada de Alepo.

Esta guerra es la última manifestación de la necesidad de una reforma más que urgente de las Naciones Unidas. Hace años que se habla de ella y se proyectan cambios en la organización, pero toda iniciativa resulta estéril. La ONU nació de las cenizas de la segunda guerra mundial y tras el fracaso de la Sociedad de Naciones (la organización surgida después de la primera conflagración) con la misión de mantener la paz y la seguridad en el mundo. Su estructura respondía a la situación del momento, con 51 países miembros y un organismo, el Consejo de Seguridad, en el que los ganadores de aquella guerra siguen siendo miembros permanentes con un arma letal que frena la solución de conflictos: el derecho de veto. Hoy el mundo es muy distinto del de 1945. Baste pensar que hay 193 países miembros. Siria es la última víctima de esa estructura. No es la única, pero sí es la demostración más evidente de la impotencia de la ONU y de su incapacidad diplomática cuando se está ante una guerra en la que los objetivos son directamente civiles.

El secretario general, Ban Ki-moon, en la recta final de su segundo mandato, utilizó ayer palabras inusualmente duras para condenar al régimen sirio, mientras que otro dirigente que también se despide de la ONU, Barack Obama, alertó contra los populismos que construyen muros. Su aviso tiene una lectura estadounidense, pero también la de los refugiados causados por guerras como la de Siria.

Horas antes de las intervenciones de ambos mandatarios, los 193 miembros de la ONU habían aprobado por consenso la Declaración de Nueva York al final de una cumbre extraordinaria sobre refugiados, un texto de buenas intenciones sin contenido legal que no es vinculante. Una demostración más de que el sistema de las Naciones Unidas no funciona. Y no funcionará mientras los países miembros, y en especial los permanentes del Consejo de Seguridad, no decidan cambiar el rumbo de la organización.