La política es un animal tan agresivo como impredecible. Lo demuestra que de un tiempo para acá los vaticinios sobre las elecciones fallen estrepitosamente. Perdió Hillary Clinton contra Donald Trump en Estados Unidos; ganó el Brexit en el Reino Unido; triunfó Jair Bolsonaro en Brasil; y ahora gana la derecha en Andalucía, el caladero de votos del PSOE, ese feudo inexpugnable que estaba fuera de duda. Tan impredecible ha sido que nadie -que yo sepa- había pronosticado que Susana Díaz perdería el poder.

Ahora sabemos que las previsiones cabalgan por su cuenta mientras el jinete de la realidad se sube y se baja de su lomo, según le convenga. No sirve de nada colocar al frente del CIS a un tipo de la catadura moral de Tezanos para que deforme la intención de voto a favor de la mano de quien le da de comer: la cruda realidad, antes o después, introduce su guadaña.

Ningún partido debería dormir tranquilo la noche antes de las elecciones a sabiendas de que el electorado puede mentir en las encuestas o bien puede cambiar de opinión antes de su cita con las urnas. La mejor manera de tratar de asegurarte buenos resultados ya no consiste en ganarte a la prensa afín (la inmensa mayoría de los medios estadounidenses estaban en contra de Trump), atacar sin piedad al rival en las redes sociales ni prometer más tributos a las redes clientelares. En las elecciones votamos todos, no solo los que hacen mucho ruido.

Intuyo que hoy día las elecciones municipales no existen, y son pequeñas elecciones nacionales encubiertas a pequeña escala.

El PSOE no está muerto, pero anda de parranda. Hay dudas sobre si sobrevivirá a ese felón y megalómano que es Pedro Sánchez. Quedará muy tocado, en cualquier caso. Mientras tanto, no sería extraño que siga pagando los platos rotos en todas las elecciones hasta el fin del sanchismo. Elegir al peor candidato posible rara vez sale gratis...