La muerte asegura el aplauso, es un tránsito hacia el éxito. Al muerto se le reconocen virtudes poco laureadas en vida y se le conceden roles que ni siquiera él mismo quiso o pudo interpretar. Y si la muerte afecta al personaje público, entonces casi todo se convierte en pose y gesto vacuo. Tanto elogio convierte al ausente en caricatura de sí mismo, pues si pudiera hablarnos desde el otro lado acabaría abroncándonos por no haberle dado a tiempo, en los momentos críticos de su existir, los elogios que tan graciosamente ahora proferimos. Los aplausos en la muerte, ya se sabe, son sordos por naturaleza.

Es en vida cuando hay que hacer las cosas. Nos lo dicen los sacrificados hijos que velaron por la vejez de sus padres ya difuntos, y nos lo dicen los verdaderos amigos de los laureados muertos, a quienes les tortura que el cariño, el abrazo y el apoyo actuales sólo puedan verterse sobre un ataúd.

Muchos habrán reflexionado sobre la falsedad del aplauso post-mortem después de haber asistido estos días a la cascada de piropos vertida sobre Calvo Sotelo . "Gran estadista", "excepcional inteligencia", "hombre cultísimo", "ávido lector", "valiente político" son expresiones que hoy sustituyen a aquellas otras con las que la prensa recibió su mandato en el incierto febrero de 1981: "figura gris", "efigie insulsa", "político de segunda fila" y "presidente timorato".

XNI SIQUIERAx los periódicos más afines al centro-derecha democrático concedían a don Leopoldo los parabienes que hoy ocupan sus páginas. Ahora parece ser un referente de cómo hay que hacer las cosas en tiempos de crisis, pero en aquél momento casi nadie confiaba en un político con escasas dotes de seductor. Muy pocos creyeron entonces que un presidente que ni siquiera había sido protagonista en su sesión de investidura --recuérdese, interrumpida por el bullir de los tricornios-- podría sacar al país del marasmo en que parecía hundirse. Y aunque después vinieran el acercamiento a Europa y la OTAN, lo cierto es que escándalos como el aceite de colza confirmaron ante la opinión pública --moldeada por prensa, radio y televisión-- que el Gobierno de Calvo Sotelo era, como el de Arias Navarro en su día, "un desastre sin paliativos".

Pobre presidente, devorado por el torbellino insomne de aquella transición que en un batir de alas convertía héroes en villanos y viceversa. Ya su predecesor, Adolfo Suárez , fue recibido con un artículo de Ricardo de la Cierva en El País titulado "¡Qué error, qué inmenso error!". La elección de un personaje joven y desconocido procedente del régimen franquista no podía asegurar, pensaba don Ricardo junto al centro-izquierda, la transformación política que necesitaba España. Y hoy, cuando ni siquiera se recuerda a sí mismo, Adolfo Suárez es para esa misma prensa que le recibió con profundo escepticismo el "motor del cambio político", una de las figuras más insignes de nuestra reciente historia.

No hay nada más injusto que el atribulado paso del tiempo, ni peor dictadura que la memoria olvidadiza del minutero, donde lo imprevisto acaba pareciendo inevitable. El "error Suárez" de ayer, hoy es "magnífico acierto democratizador"; el "timorato Calvo Sotelo" del 81 es en el 2008 "insigne estadista"; y el "pacato nuevo líder socialista", aquél que "se hizo llamar ZP de forma ridícula", es ahora --hasta para los medios que más le criticaron en su día-- ejemplo de "líder legitimado democráticamente por su partido gracias a unas modélicas elecciones primarias".

El tiempo convierte el azar en seguridad, lo imprevisto y errabundo en inevitable y consistente. El ayer, visto desde hoy, presenta recovecos insospechados porque la memoria siempre es un poliedro movido por la actualidad. La mano de nuestro presente nos enseña siempre la cara de la memoria que más conviene resucitar en cada momento, y por eso muchas zozobras del pasado se convierten ahora en indiscutibles seguridades.

¿Qué habría sido de Rajoy si hubiera ganado las últimas elecciones? Probablemente que la Cope , El Mundo y Abc habrían seguido elogiando ese "sentido común" con el que don Mariano defendía derechos ciudadanos por encima de sectarismos. Pero el tiempo y su carrusel imparable de decepciones ha querido convertir expectativas en fracaso, y lo que antes era "un referente indiscutible" ahora resulta un líder amortizado que ni siquiera sus propios compañeros respetan.

A Rajoy le dimite la afición, como al Barça. Pero agazapada tras la espalda de lo imposible, la casualidad puede dar un vuelco inesperado en el marcador de nuestra vida. Y lo que hoy es derrota, mañana podría ser victoria en el último minuto, pues no hay nada más seguro que el caprichoso azar. Así funciona la Historia, convirtiendo destellos imprevistos en fulgores inevitables.

*Profesor de Historia

Contemporánea de la Uex.