El terrible atropello el otro día de una chica en un paso de peatones, me lleva a escribir, telegráficamente estas cuatro palabras. Podría si tuviera más espacio escribirse mejor, pero valga lo que quiero decir así escuetamente.

Esa irresponsabilidad de los conductores que de un acelerón, o un no desacelerar, no frenar, se saltan a la torera las normas y se creen, sobre todo los jóvenes, unos ases del volante, con la música a todo trapo o mirando el móvil, y van a sesenta por hora en un paso de peatones, y se cargan una vida sin más, y queda un cuerpo destrozado, unos proyectos, unos estudios, un trabajo, unos hijos, unos padres, marido, hermanos, esposa, rotos, rotas ya para siempre, en un segundo, porque un chaval, o una chavala, o un viejo, o una vieja, arremete sin mirar por un paso de peatones, que más que paso de peatones, parece un moridero, porque pienso que ahí, en esos paso hay a veces más peligro que en otros sitios, porque al no ser respetados en un elevado tanto por ciento, y pasar, como es natural muchos peatones confiadamente, encuentran muchos de ellos, su fin, como perdices, o conejos, en un cazadero.

Y sé de chavales atropellados en la acera por conductores ebrios en días de fiesta, y de gente atropellada, tirada como fardos ensangrentados que solamente aspiran ya a una sepultura y nada más.