Un sentimiento de injusticia recorre Europa. La crisis castiga a las clases populares y las desigualdades empiezan a poner en peligro la cohesión social.

A esta realidad se añade una irrefutable constatación: la fase de expansión ha beneficiado a las rentas altas y el sistema impositivo ha disminuido su progresividad. Los ricos han ganado más y han pagado menos impuestos. La crisis y las respuestas a la crisis han hecho más injusta la distribución de la renta. Hasta el punto de que destacados representantes de lo que podemos llamar los ricos piden a los gobiernos que les hagan pagar más impuestos. Extraño mundo este donde los millonarios pasan por la izquierda a los gobiernos, incluidos los de izquierda, reclamando mayores cargas fiscales.

Hace un año, al llegar a Seattle, patria de Microsoft, me sorprendió un artículo del padre de Bill Gates en la prensa local reclamando al Gobierno que aumentara los impuestos a gente como él y en particular el impuesto sobre sucesiones, que por aquí estamos suprimiendo. Más recientemente, el financiero americano Warren Buffett se quejaba en The New York Times de que en el impuesto federal sobre la renta solo pagaba el 17,5%, menos que su secretaria. Y 16 grandes fortunas francesas pedían a su Gobierno que les aplicase un impuesto excepcional (y transitorio, tampoco hay que exagerar) para contribuir a resolver los problemas del país. La idea se ha extendido por Europa. Desde el patrón de Ferrari a 50 multimillonarios alemanes agrupados bajo el lema Millonarios por un impuesto sobre el capital reclaman una mayor contribución fiscal. En España aún están por encontrar el señor Buffett o la señora Bettencourt .

XLO PIDANx o no los millonarios, la mayor parte de los gobiernos europeos aceptan hoy que es necesario someter la riqueza a una mayor contribución fiscal. La crisis ha dejado atrás tres décadas de sacrosanto respeto a la teoría de que la prosperidad de los más ricos se difundiría al conjunto de la economía y el sagrado temor a que si se les molestaba fiscalmente se irían con su capital a otra parte. Pero cuando la austeridad aprieta es difícil justificar que los que mejor están escapen a los sacrificios de la mayoría. A pesar de su aplicación a última hora, las autonomías gobernadas por el PP que no apliquen el nuevo impuesto sobre el patrimonio tendrán difícil explicar por qué.

Esta toma de conciencia de los ricos demuestra cuán timorata ha sido la respuesta de los gobiernos, el nuestro incluido, a la hora de utilizar el arma fiscal para distribuir los costes de la crisis. Actúan no solo por generosidad, aunque sea limitada, sino por un egoísmo inteligente. Así lo explica la propuesta del señor Profumo , hasta hace poco CEO de Unicredito: aplicar por un tiempo limitado un megaimpuesto del 10% sobre los patrimonios importantes que produciría 400.000 millones de euros para reducir la deuda pública italiana del 120% al 100% del PIB. Así acabarían las presiones de los mercados que hacen caer en picado las acciones de sus empresas.

La propuesta tiene su lógica. Los ricos italianos están soportando ya un impuesto muy importante sobre su riqueza por la pérdida de valor de su patrimonio. Y si la alternativa es seguir recortando el gasto y hundiendo al país en la recesión y que los patrimonios sigan perdiendo valor, quizá valga más una reacción fiscal como el egoísmo bien entendido que defiende Profumo.

Los gobiernos atienden de distinta manera la petición de más impuestos de sus ricos. A Obama ya le gustaría hacerlo, pero la mayoría republicana del Congreso le obliga a mantener los beneficios fiscales heredados de Bush cuyas desmesuradas rentas denuncia Buffett.

En Francia, Sarkozy aprobó una reforma del Impuesto de Solidaridad sobre las Fortunas (ISF) que reduce a la mitad el número de afectados y disminuye sus ingresos de 3.600 a 2.300 millones de euros. A cambio, un impuesto adicional del 3% para las rentas superiores a 500.000 euros que solo producirá 200 millones, la sexta parte de lo perdido con la reforma del ISF.

En Italia y en el Reino Unido se han aumentado los impuestos sobre las rentas altas. Berlusconi se resistió hasta el final, pero ha tenido que subir cinco puntos el impuesto sobre la renta a partir de 90.000 euros y 10 a partir de 150.000. Los laboristas británicos subieron el tipo marginal máximo hasta el 50% y los conservadores lo mantienen. Y han aplicado un impuesto sobre determinados activos bancarios que les reportará más del doble que el nuevo impuesto español sobre el patrimonio.

Está bien que, aunque sea tarde, el Gobierno socialista haya repuesto un impuesto que debió reformar en vez de suprimir. Pero el problema subsistirá mientras trabajo y capital soporten impuestos tan diferentes. La secretaria del señor Buffett seguirá pagando más porque su salario está sometido a un impuesto progresivo, y su multimillonario jefe, a un impuesto proporcional a un tipo muy bajo sobre sus rentas. Este es el mayor de los problemas fiscales, que no se resuelve con la reposición simbólica del impuesto sobre el patrimonio.

*Pdte. Instituto Europeo de Florencia.