Aún, cuando me levanto, tras tomar el café busco mi bolso para ver mi pequeña «chuleta» donde tengo apuntados todos los lugares donde iré a lo largo del día en campaña (ese dónde voy hoy) y aunque creo tenerlos memorizados, esa rutina mañanera no puede faltar, forma parte de unos días que reconozco que me encantan, me gusta su calor, me gusta, como lo que denominaron ayer en una conversación, su factor humano, el contacto, la intensidad de las emociones, de las ideas, del debate en cada esquina, en cada conversación.

Cada una de esas noches me cuesta dormir con el impulso que te da la gente, que nos damos, pesa mucho más que los kilómetros o las horas, la energía es siempre mucho mayor.

Sé que habrá quien vea ese periodo, el de campaña electoral, como una escena televisiva al margen de la cotidianidad, puede, pero esa imagen está muy alejada de la realidad, es un periodo vivo, real, emocional y a la vez, muy racional y lógico, donde los valores sociales y los proyectos generan expectativas para el futuro, y generalmente, encaminadas a mejorar; obviamente las diferencias en las múltiples propuestas de los partidos está ahí, en qué mejorar, a quién, cómo...

Es mucho más que ganar o perder es qué sociedad queremos para el día de mañana.

Y eso es precisamente lo que votamos el domingo, qué modelo de ciudad, pueblo, región y Europa queríamos.

Salimos a la calle para apostar por un modelo social, inclusivo y de progreso.

El Partido Socialista Obrero Español ganó, y con ello lo hizo el trabajo constante y silencioso, el esfuerzo, la humildad y la decencia. Ganó la ilusión y las ganas de construir y sumar en favor del empleo, de la educación, de la sanidad, del desarrollo.

Ganó el impulso que necesita nuestra tierra, ganó ese impulso de todos y todas en cada uno de esos días, en cada sonrisa, en ese ánimo de mejorar y perfeccionar por todos y todas. Ganamos todos y todas.