Nadie ha pronosticado que el 2008 será igual o mejor que el 2007 en términos económicos, ni aquí ni en el resto del mundo desarrollado. Los últimos datos que se han sumado a esta predicción son el informe que hace la OCDE (organismo que sigue y orienta las economías de los principales países ricos y emergentes de todo el mundo) y la decisión del Banco Central Europeo (BCE) de mantener los tipos directorios en el 4%. A escala española, se suman a estos datos globales una inflación excesiva (4,1% previsto para noviembre), el ligero aumento del paro, la clara reducción de la actividad inmobiliaria y la moderación del consumo.

Dice la OCDE que España va a crecer sensiblemente menos los próximos dos años. En términos de PIB, el descenso puede ser del 3,8% actual al 2,5%. Es mucho, porque no se sabe hasta qué punto puede resucitar un riesgo que creíamos conjurado desde hace años: el aumento del paro por la caída de la actividad económica. Pero también hay que tener en cuenta que el organismo internacional vaticina reducciones del PIB, aunque menores, del conjunto de países del euro. Europa pierde velocidad, pero España, fruto de la inercia, seguirá por encima de la media.

El reverso es que si el BCE no sube los tipos es que reconoce que no puede, porque a la vista de la inflación que se extiende por toda la UE, debería hacerlo. Hay una crisis financiera global, que afectará, más tarde que temprano, a la banca española, de la que no se saben sus efectos totales. Empezó en Estados Unidos, se ha reflejado en la depreciación imparable del dólar y sigue siendo la principal amenaza para todas las economías desarrolladas.