La crisis se instala. Ya no parece algo pasajero, es permanente. Hay un sentimiento colectivo de pesimismo porque están pasando cosas que parecían improbables, cuando no imposibles. A todos los seres humanos nos gusta la estabilidad, y nos causa una profunda perturbación cualquier situación que altere el ritmo normal de nuestras vidas.

Da miedo la incertidumbre. Y sin embargo tenemos que vivir con ella. En nuestra existencia hay pocas certezas, aparte de la muerte, los cuernos, y la subida del IVA. Pero todas ellas nos resultan molestas. Ya solo falta que se ponga a temblar la tierra, como sucede en la isla de El Hierro. No nos queda donde agarrarnos.

Y para colmo de males casi todos hemos perdido la Fe, con mayúsculas. Que ha sido siempre el refugio de los desesperados. Había en mi pueblo un izquierdista radical que despotricaba siempre contra la Iglesia y la religión. A última hora dicen que en su agonía el pobre hombre se agarraba al crucifijo que le tendía el mosén, como si fuera su tabla de salvación. Estaba inseguro ante el dilema que nos espera tras la muerte.

En estos tiempos sombríos ya no hay nada seguro. Muchas verdades axiomáticas de nuestra sociedad se han venido abajo de forma estrepitosa. Decíamos frases como: "Los pisos nunca bajan"; o esa otra de "los funcionarios tienen el sueldo asegurado"; por no mencionar aquella de "tiene la vida resuelta, su marido es notario". Ahora ya no se dicen esas cosas.

XYA NADAx es seguro. En realidad nunca existieron tales certezas. Pero convino creerlas para satisfacción de todos. Nos hemos engañado unos a otros durante muchos años. Los ancianos que vivieron la miseria de la postguerra se hacían cruces de la prosperidad que observaron durante el último cuarto de siglo. Les parecía que no podía ser cierta. Y parece que el tiempo les da la razón.

Y sin embargo es la incertidumbre lo que da belleza a la vida. El Dios de los cristianos nos enseñó a pedir solamente el pan nuestro de cada día . En los manuales antiguos dicen algunos teólogos que sería codicia pedir también el pan del día siguiente. Así el mañana queda pendiente de la voluntad divina.

No sabemos si habrá pan, pero lo que no tendremos es pensiones, eso está claro. Al menos, pensiones generosas como disfrutan los actuales jubilados. Es absolutamente imposible que se mantenga el actual régimen sin que haya empleo ni crecimiento.

Estamos desorientados. Nos sentimos inseguros. Perdidos en la nueva certeza de que nada es estable. Nos falta el punto central de referencia, la Estrella Polar. Si los bancos no tienen dinero, ¿quién lo tiene? Y si el propio Gobierno no paga, ¿Quién espera que otro lo haga?

En realidad no han cambiado tanto las cosas. Sólo que nos falta perspectiva para mirar la actual situación. Que el Gobierno de España no pague sus deudas ha sido normal. Sólo en el siglo XIX, hubo impagos generalizados en 1820, 1831, 1851 y 1867. En el siglo XX los impagos se disfrazaron mediante entregas de pesetas devaluadas que suponían un impago encubierto.

En cuanto al sueldo de los funcionarios, siempre ha sido una miseria. Todos hemos oído la frase pasar más hambre que un maestro de escuela que refleja la penuria con que malvivían. Hasta el extremo que los hombres no querían desempeñar tal función y por eso se recurrió a las maestras para cubrir vacantes. ¡Qué contraste con los actuales profesores que se vienen jubilando a los 60 años, con pensiones de casi 2.000 euros!

Pero hemos olvidado estas cosas. Y no conviene olvidar, porque así sabemos que realmente no estamos ante una situación nueva. Otra cosa es que no nos apetezca admitir que la vida tiene ciclos buenos, malos, peores y pésimos. Y llevamos camino de lo último con todo lo que ello conlleva.

Poca gente sabe que la Seguridad Social se inventó anteayer. Hace tan sólo 60 años, por ejemplo, no había pensiones ni asistencia sanitaria para los trabajadores del campo, que eran más de la mitad de todos los españoles. Y los obreros fabriles recibían pensiones miserables.

Escribir esto es duro y no quiero dar la impresión de que añoro aquellos años. Simplemente se trata de preguntarnos si no hemos vivido un espejismo en nuestro bello rincón europeo. Si viajamos tan sólo 20 kilómetros al sur de Tarifa, nos damos cuenta de que el mundo es muy distinto de como aquí lo concebimos.

De esta forma la incertidumbre es muy relativa. Es cuestión de geografía. Los que hemos vivido en Europa hemos sido privilegiados. El empuje brutal de los miles de millones de obreros que trabajan como hormigas en China, India, Brasil, Indonesia o Rusia provoca un tsunami que ahora llega a nuestras costas. Y no ha cogido desprevenidos.

Pero sabemos que de todo se sale. Aún no sabemos cómo. Por eso hay incertidumbre, que no es lo mismo que desesperación o desconfianza. Ya lo ha dicho Zapatero , "saldremos de esta situación". Pero no ha dicho cuándo, ni cómo. jesusbuenoreicaz.com