La crisis del covid-19 sacudirá sin hacer grandes distingos a las economías de Europa. Francia, Italia y España verán caer su producto interior bruto (PIB) entre un 12,5% (la primera) y un 12,8% (las segundas), también descarrilará la locomotora alemana (-7,8%) y el Reino Unido empezará su andadura fuera del paraguas de la Unión Europea con un desgarrón del 10,2%. Según las duras previsiones difundidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la única excepción, relativa, será China, que puede acabar el año 2020 contabilizando un débil crecimiento de su economía del 1%, muy por debajo de las expectativas hasta el estallido de la epidemia. Nada será igual después de un semestre que deja unas perspectivas devastadoras. De la misma forma que la primera ola del coronavirus ha descoyuntado cualquier previsión, lo imprevisible de la evolución de pandemia hace que el horizonte dibujado por el FMI sea altamente hipotético. Del surgimiento de rebrotes que sean sofocados o crezcan sin control y de la necesidad o no de hibernar de nuevo algunas grandes economías dependerá que las previsiones se confirmen o puedan matizarse en un sentido positivo o aún más negativo. La contraposición entre preservar la salud y salvar la economía no es tal: el impacto de la gran recesión a la que aún nos estamos solo asomando dependerá de la capacidad de gestión de los sistemas sanitarios nacionales, de la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros y de los resultados, de los aún provisionales conocimientos sobre los mecanismos de inmunidad y transmisión del virus y del desarrollo de vacunas y tratamientos. Para subrayar aún más la volatilidad de la situación en que nos encontramos, en cada uno de estos aspectos hay noticias e indicadores que alimentan la esperanza o despiertan inquietudes.

En el caso de España, en la cabeza de los países más damnificados, su dependencia del turismo hace (como Italia y en menor grado Francia) que se vea afectada por una vulnerabilidad añadida, que explica en gran parte la gravedad del impacto valorado por el FMI. Todas las economías que fían un porcentaje básico de su PIB a este mercado dependen de la posibilidad de que el sector del ocio pueda desarrollarse en condiciones de seguridad, un reto más arduo que en otras ramas de la economía, y que tanto países emisores como receptores mantengan la circulación del virus en unos niveles que permitan el movimiento de personas a través de las fronteras. A diferencia de otros periodos, tampoco podemos confiar en que el flujo de visitantes desde países en situación más desahogada: en esta ocasión no los hay.

Es difícil prever qué impacto puede tener la constatación de que nadie se escapa de este panorama sobre la actitud de los países del norte de Europa hacia la disponibilidad de las ingentes recursos que la UE debe movilizar. Pero sea cual sea, por más que el oxígeno europeo sea imprescindible, de la actitud de agentes sociales, administraciones públicas españolas y partidos políticos depende en gran parte hasta qué punto estaremos en condiciones de resistir el embate y salir de él con mayor o menos rapidez y solidez.