Uno de los rasgos políticos más destacables del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es que parece que no le hacen mella escándalos, declaraciones o actitudes que penalizarían con dureza a otros políticos. A lomos de esta pasmosa inmunidad llegó a la Casa Blanca y a pesar de una presidencia caótica y plagada de situaciones impropias de su cargo arrancaba este año con más que fundadas esperanzas de lograr la reelección el próximo 3 de noviembre. Pero desde el estallido de la crisis de covid las malas noticias se acumulan contra el presidente estadounidense: la pésima gestión de la pandemia, la recesión que va de la mano de la emergencia sanitaria y las sacudidas de la revuelta antirracista han dado un vuelco a sus aspiraciones de permanecer cuatro años más en la Casa Blanca. Hoy las encuestas dan cómodas ventajas a su rival -el candidato del Partido Démocrata, Joe Biden- y lo que es peor para Trump: muestran una caída de su popularidad entre colectivos que son claves para su reelección. El cóctel amenaza con ser letal para el presidente.

EEUU está pagando una trágica factura en la pandemia por razones estructurales (su sistema de salud) y por la pésima gestión de la administración Trump. El presidente ha aplicado su receta habitual en otros temas (ligereza intelectual, negacionismo científico y agitprop para fieles en redes sociales) en la gestión de una crisis sanitaria sin parangón, y la consecuencia es que Estados Unidos es el país más castigado por el covid. A nadie debería sorprenderle, la administración Trump ha dado sobradas muestras de un estilo ineficaz y errático. La pandemia tiene un impacto inmediato sobre la ciudadanía estadounidense (también los votantes de Trump), a diferencia de otros asuntos que el electorado puede considerar más lejanos, como la política migratoria, la emergencia climática o la política internacional. De ahí que el covid sea tan tóxico para sus aspiraciones electorales, unido al hecho de que la recesión le impide presumir de la buena marcha de la economía.

Queda mucho tiempo hasta el 3 de noviembre, demasiado para hacer predicciones electorales, como el propio Trump demostró en la contienda del 2016 contra Hillary Clinton. La situación sanitaria, económica, política y social de un país convulsionado hace que estas elecciones sean imprevisibles. Pero dado que EEUU se encuentra en una situación crítica estas elecciones son trascendentales.

Lo son para el propio país, que necesita un presidente que sea digno del cargo y que lidere en tiempos muy difíciles, no que se dedique a quebrar la convivencia entre los ciudadanos. Y lo precisa el resto del mundo, que hasta el momento está afrontando una gravísima crisis económica y una incierta emergencia sanitaria sin la principal potencia mundial. No hay duda de que el incierto panorama de los próximos tiempos sería un poco menos oscuro si EEUU fuera parte de la solución y no parte del problema. Qué paradoja, que quien defiende hacer grande a América no haga más que empequeñecerla.