La vida del político importante resulta muy sacrificada. Es probable que el político de a pie pueda estar con los suyos, descansar durante las fiestas de guardar, recuperar fuerzas hasta la llegada del temible lunes, pero el político vip tiene un lunes en cada sábado y, a veces, en cada domingo.

Llega el sábado y, mientras el resto del equipo se marcha a disfrutar de sus hijos, de sus nietos, de sus cuñadas y de sus amigos, el político vip ha de desprenderse de la corbata y de la camisa con gemelos, ponerse la cazadora, y desplazarse hasta lugares ignotos, de muy variada consideración electoral, para explicar ante un puñado de fieles lo que se supone que se emitirá por radio y televisión, y prensa, ante cientos de miles de personas.

Luche usted para conservar la semana de 40 horas y, luego, resulta, que el luchador soporta una semana de 60 horas de trabajo, y eso sin incluir desplazamientos, comidas de hermandad en compañía de los conmilitones, y otros aditamentos consuetudinarios.

El sábado por la tarde, antes de salir a cenar con los amigos, contemplo a los políticos de guardia en Modorro de los Infantes o en Villainfanta del Trasiego, apoyados en el atril, en un horario no laboral, al pie del mitin, y me producen una inmensa ternura y una enorme lástima, porque no hay derecho, que es que van a matar la afición, la afición a ser político.

Más aún, mientras durante los demás días se les ve mentir con soltura y desparpajo, durante el fin de semana mienten con tanto énfasis, que es como si al ilusionista se le vieran las palomas debajo de la levita.

Recuperemos la caridad. No seamos crueles con nuestros representantes. Respetemos los días de descanso. Habiendo tantos millones de parados el estajanovismo de los políticos, resulta incluso un poco ofensivo y fuera de lugar.