La victoria de Ollanta Humala en las elecciones presidenciales celebradas el domingo en Perú plantea una serie de incógnitas que ayer tuvieron una traducción práctica en el desplome de la Bolsa de Lima. Porque a pesar de asegurarse el apoyo muy significativo de Mario Vargas Llosa y del expresidente Alejandro Toledo, el ´establishment´ limeño prefería a Keiko Fujimori, adscrita al populismo aprendido de su padre. De ahí que las renuncias doctrinales --no convocar una asamblea que reformara la Constitución, acercarse a Lula para alejarse de Hugo Chávez, abrazar el capitalismo social-- le hayan valido a Humala para ganar, pero no para tranquilizar a quienes recelan de él.

En un país con un crecimiento medio del 6% anual durante el último decenio, pero con un 35% de la población excluida de la economía organizada, el riesgo de división social y de polarización política es inevitable. De forma que las divergencias irreconciliables entre Humala y Fujimori, candidatos con carreras políticas heterodoxas y ajenas al sistema, plantean enormes dificultades para la formación del Gobierno de concertación al que aspira el presidente electo. Pero, al mismo tiempo, solo una mezcla de promotores de las reformas sociales y de gestores del auge económico puede rescatar a Humala de los temores que ha suscitado, incluso entre sus aliados de última hora. En caso contrario, pesará más en el ánimo de la burguesía urbana el recuerdo del pasado radical del militar que el presente de moderación al que le ha arrastrado el realismo electoral.